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Actualizado: 5 de julio de 2025


No hay cosa dijo el general de que no sean capaces esos sires, ni idea, por descabellada que sea, que no se les ocurra. Hay más continuó Rafael . El otro día me preguntó si podría yo obtener del Cabildo de la Catedral que vendiese las llaves doradas que el rey moro presentó en una fuente de plata a San Fernando cuando conquistó a Sevilla, y la copa de ágata en que solía beber el gran rey.

Beppa la doncella, escuchábala atenta para comprender todas las palabras, con una admiración respetuosa de muchacha de la campiña romana familiarizada con la devoción desde sus primeros años. En el otro banco estaban Leonora y Rafael.

Leonora no reía. Abríanse desmesuradamente sus ojos moteados de oro; palpitaban de emoción las alillas de su nariz, y parecía conmovida por la sinceridad elocuente del joven. ¡Pobre Rafael! ¡Pobrecito mío!... ¿Y qué vamos a hacer? En el huerto, Rafael jamás se había atrevido a hablar con tanta franqueza.

Por fin, Manolita supo que Melchor la amaba gracias a una carta de éste, en la cual, conforme al patrón de todas las declaraciones, comparaba su corazón con el Vesubio, y comenzando con las consabidas frases: «Señorita: desde el móntenlo que la vi a usted», etc., terminaba: «Salve usted este corazón que está herido de muerteManolita acogió burlescamente la declaración del dependiente, mas no por esto dejó de agradecerla, con esa satisfacción que causa en toda mujer el saber que es amada, y nada dijo a su familia ni a Rafael.

Rafael, anonadado por aquella madre enérgica que era el alma del partido, prometió no volver más a la casa azul, no ver a la perdida, como la llamaba doña Bernarda, con una entonación que hacía silbar la palabra. Pero de entonces databa el convencimiento de su debilidad. A pesar de su promesa, volvió.

Lo había sabido Rafael y allá iba a salvarles exponiendo su vida; él tan rico, tan poderoso. ¡Qué hombres todos los de la familia de Brull!... ¿Y aún había quien hablaba contra ellos? ¡Qué corazón!

Murió mucho después de que su hija se casara con D. Rafael Malespina, acontecimiento que hubo de efectuarse dos meses después de la gran función naval que los españoles llamaron la del 21 y los ingleses Combate de Trafalgar, por haber ocurrido cerca del cabo de este nombre.

El gesto de María de la Luz y la amenaza de cerrar la reja, hicieron que Rafael se mostrase menos vehemente, separando su cuerpo de los hierros. Güeno, como quieras, mal corazón. no sabes lo que es el querer y por eso pareces tan fría, tan tranquila, como si estuvieses en misa. ¿Que yo no te quiero?... ¡Chiquiyo! exclamó la muchacha.

Conforme a lo acordado nos trasbordamos. D. Rafael y Marcial, como los demás oficiales heridos, fueron bajados en brazos a una de las lanchas, con mucho trabajo, por robustos marineros. Las fuertes olas estorbaban mucho esta operación; pero al fin se hizo, y las dos embarcaciones se dirigieron al Rayo.

Don Andrés había muerto, dejando con su desaparición árbitro y señor absoluto del partido a Rafael.

Palabra del Dia

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