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Actualizado: 20 de junio de 2025
Hizo una pausa para darse cuenta de si la escuchaban. No lo supo con certeza. El agente permanecía rígido y silencioso, como un buen soldado, junto al comisario.
Luego, el servicio; el maitre d'hôtel, inglés, tan rígido sobre su mula como cuando más tarde murmuraba a mí oído: «Margaux, 1868», el chef francés, riendo y dándose cada golpe que las piedras se estremecían de compasión, y por fin, las dos pobres muchachas inglesas, que jamás habían montado a caballo y que miraban el porvenir con horror.
Algunos llevaron su audacia, sin dejar la capa, a extender sus correrías de caballeros pobres hasta las puertas de la misma capital de la provincia, y por fin, D. Diego, el padre de Emma, el genio superior de la familia sin duda alguna, entró en la ciudad sin miedo, fue estudiante emprendedor y calavera, y al llegar a la mayor edad y tomar el grado, cambió de carácter, de repente, se hizo serio como un colchón, abrió cuarto de estudio, acaparó la clientela de la montaña, aduló a los señores del margen, magistrados serios también y amigos de las fórmulas más exquisitas, hizo buena boda, salió de pobre, brilló en estrados con fulgor de faro de primera clase, y, sin perjuicio de ser romántico en el fuero interno, y hasta de escribir octavillas en el seno del hogar, y dejar válvulas de seguridad a los vapores del sentimentalismo en las llaves de la flauta, en que soplaba con lágrimas en los ojos, fue con todo el más rígido amador de la letra y enemigo del espíritu y de toda interpretación arriesgada e irreverente de la ley sacrosanta.
¡Perdón! ¡Perdón! imploraba Angustias, en el candor de su alma intachable . Soy muy mala, pero a nadie he querido sino a ti. El amor me ha perdido, la desesperanza de amor. Ya te contaré y me perdonarás. Don Guillen, lívido, rígido, balbuciente, pidió: ¡Levanta, hermana! Angustias obedeció como una criatura pasiva. Entonces, don Guillen se arrodilló ante ella. Tú estás limpia.
Era de ver los dos en un palco principal; él, rígido, correcto, paseando su mirada distraída por la sala; el criado, con las palmas de las manos apoyadas en la barandilla y la barba sobre las manos con la atónita mirada clavada en el escenario, soltando bárbaras, ruidosas carcajadas, rascándose el cogote o bostezando a gritos enmedio del silencio.
Examina al príncipe con una mirada errante, detiene los ojos en su brazo rígido, estrecha después con efusión su mano izquierda. Usted es un hombre, Lubimoff. Usted sabe hacer las cosas... Y en estas palabras hay un reproche contra él, que no puede despegarse de Monte-Carlo, que aquí vivirá y morirá haciendo siempre lo mismo. Sin embargo, este es un gran día.
Hallábame en una cama, de cuyo durísimo colchón daban fe las mortificaciones de mis huesos y la instintiva tendencia de mi cuerpo a arrojarse fuera de ella, mientras uno de mis brazos, fuertemente vendado, se negaba a prestarme apoyo, tan inmóvil y rígido como si no me perteneciera.
Mañana avisaremos al médico a ver si te da algún remedio. No, señora, no se apresuró a contestar Estefanía . Esto no es nada. Ya pasará. Algunos minutos después bajaba la dama al salón, deslumbrante de belleza. Estaba ya en él Osorio paseando con su amigo y comensal, casi cotidiano, Bonifacio. Era un señor grave y rígido, de unos sesenta años de edad, calvo, de rostro amarillo y dientes negros.
Aquel semblante estaba frío y rígido. ¡Dios mío! ¡Poderoso señor! ¡un difunto! exclamó todo erizado el cocinero mayor. Y para acabar de probar un terror, como después de él no ha probado ninguno, se oyeron algunas voces cercanas que dijeron: ¡Téngase á la justicia! ¡La justicia! ¡y sobre un muerto yo! exclamó el mismo Montiño ; ¡el infierno llueve sobre mí desventuras!
Eres un necio, Catur. Eso, Caleb, que tú me das por apodo, lo tomo yo de buen talante por alto título y dictado, y al fin veremos quién se engaña. Mira, Caleb, no he procedido de rebato para ser tonto, sino que para ello he caminado con un tino y con un rigor lógico que te pasmaría, pues no hay raciocinio más rígido que el mío.
Palabra del Dia
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