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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Quise rechazar mi constante preocupación por medio de la lectura, pero dió la casualidad que la única obra que había llevado conmigo era la Historia de Bernal Díaz del Castillo, y ella, lejos de proporcionarme distracción, daba rienda suelta a los más extraños pensamientos. Dejé el libro y salí a pasear por las vegas, hasta el anochecer.
Finalmente, fue el tercero y avínole lo que al primero y al segundo. Viendo yo esto, no quise dejar de probar la suerte, y, así como llegué a ponerme debajo de la caña, la dejaron caer, y dio a mis pies dentro del baño.
Don Ciriaco pensaba zarpar al día siguiente; yo quise acompañarle hasta el barco; pero él no lo permitió. Tú vete a estudiar a San Fernando me dijo . No pasará mucho tiempo en que seas tú el que te vayas y yo el que me quede. ¡Adiós, Shanti! Adiós. Nos abrazamos, él se metió en el bote y desapareció.
No diré que le pago un capital, ni mucho menos, porque el dinero no cae con la lluvia, pero... es usted soltero, no tiene usted familia, ni obligaciones.... Con lo que tiene usted aquí... ¡le basta y le sobra! ¡Bien! ¡Bien! Quise replicar, pero me pareció inútil toda aclaración. Castro Pérez prosiguió: No estará usted contento en Santa Clara. Lo anuncio desde ahora.
Y entonces yo, puesto que tenía descontado el aplazo, quise al menos darme el gusto de hablar con libertad. Muñoz le interrumpió, para demostrarle que recordaba todas las incidencias del asunto. Efectivamente, sin que se pudiera advertir demasiado tu intención, pusiste su libro en la picota. ¡Qué bien hablaste!
Quise interrumpirle y no me dejó, siguiendo de este modo: Sí; le habrán hablado a usted mucho de mí; me lo figuro. Hay maldicientes de las mujeres honradas, que las calumnian por despecho de deseos frustrados, hasta por vanagloria, ¿y no los hemos de tener las que somos... cualquier cosa?
Una sola, allá en Lima, me quiso de veras con amor fervoroso, pero criminal. Yo también la quise, por mi desgracia, porque tenía un genio de todos los diablos, y queriéndonos mucho, la historia de nuestros amores se compuso de una serie de peloteras diarias. Aquellos amores fueron pesadilla, y no deleite.
Quise llegar con mi barca a hablar con el capitán de los vencedores; pero como mi ventura andaba siempre en los aires, uno de tierra sopló y hizo apartar el navío.
Yo quise hacer señas á mi mujer de que se levantara, á fin de abandonar el restaurant Champeaux; pero no era tiempo. Los caballeros garçones nos habian sitiado, y no habia más remedio que sostener el sitio. Pero ¿por qué queria yo abandonar el brillante salon, aquella brillante coquetería del civilizado Paris? Lo queria abandonar por dos razones.
Ella sintió que había hecho mal en apelar a la divinidad, y se apresuró a decir con desenfado: Quise decir la suerte... Vamos, no empieces a ponerte cargante y tristón...
Palabra del Dia
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