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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Parecióme todo un juego de azar, y miré con indiferencia mi propio destino y el destino de los pueblos. En un estado tal, quise arrojarme desenfrenadamente á los placeres, quise ahogar el grito de mi dolor en el estrépito de la bacanal y de la orgía; mas en vano: mi corazon era ya la hoja que se desprende del árbol al soplo de las auras del otoño, mi actividad estaba muerta, muerta como mi alma.
Los tenía tan hinchados que apenas cabían en los pantuflos. ¿Verdad, madrina, que hará usted todo lo que le mande el doctor? Me respondió que sí, moviendo la cabeza. ¿Verdad que tomará usted las medicinas? Sonrió e hizo un movimiento afirmativo. Tía Pepilla tenía húmedos los ojos. Me acerqué, y arrodillándome junto al sillón quise abrazar a la anciana. ¡Adiós, tía! Vendré la próxima semana.
Pues que quise que no, aquí me metieron... Ya me habían metido antes; pero no estuve más que una semana, porque me escapé subiéndome por la tapia de la huerta como los gatos». Esta historia, contada con tan aterradora sinceridad, impresionó mucho a la otra filomena.
Hablando con soberbia encrudecida, Pregunta por aquel que tiene cargo Del Armada, que dice que la vida Le tiene de quitar con fin amargo: Y dice: "no penseis que fué huida La mia, por salir aquí á lo largo, Que quise aquí sacaros al anchura, Por dar á todos ancha sepultura."
Y por eso tiene Leto un yacht tan lujoso. Cada lunes y cada martes le zarandea por la mar. Ayer salió a media mañana, con su correspondiente pitanza, por si acaso... eso es. Pues volvió entre día y noche, como dije a usted en mi carta. Quise que subiera hoy a Peleches... pues ¡caray! casi de rodillas me pidió que no le diera comisiones de esa clase.
No quise estimar con la imaginación las dificultades que podían aguardarme en aquella empresa que acometía por mi propia y libérrima voluntad; y sin decir otra palabra, me puse en seguimiento del espolique.
Con aquel dinero viví ocioso algún tiempo. Cuando se me acabó el dinero, cuando sentí el hambre, quise buscarme la vida, y logré entrar de galopín en la cocina de la señora infanta doña Juana. Allí me apliqué al oficio... En el que habéis adelantado. Sois un cocinero famoso... según dicen.
Quise enamorarme y me ilusioné bastante con un muchacho... ni te quiero decir su nombre, porque es un insignificante, me parece, aunque muy buen mozo. Rompí con él cuando quiso que nos comprometiéramos.
Lo que quise decir y no es poco es que Chaves es un escritor que pasó la frontera, precisamente por lo castizo, por lo apegado á nuestro riñón, por lo que tiene de españolizado, por sus cosas viejas, que son nuestras cosas. Y si esto se estima en el extranjero, ¿cómo no lo habíamos de estimar en nuestra casa! Sí se estima. Lo sé.
Explicar..., explicar, no puedo, Don Ignacio..., tengo así, la cabeza.... Como estaba usted aquí... quise verle... y yo decía: Pues he de verle.... No, yo no, lo decían cien mil pajaritos dentro de mí... Ellos lo dijeron. Y vine. No sé más.
Palabra del Dia
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