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Actualizado: 4 de julio de 2025
A esta Luscinda amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mí con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad permitía. Sabían nuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba dello, porque bien veían que, cuando pasaran adelante, no podían tener otro fin que el de casarnos, cosa que casi la concertaba la igualdad de nuestro linaje y riquezas.
Como, después de todo, hablaba conmigo, por más que no me mirase, quise demostrarle que le escuchaba, y le pregunté: ¿Cuál de los dos sale primero? El viejo, el viejo repuso en tono firme . Cuando el otro llegue allá, ya le habrán despachado a él. Hasta ahora es el que ha tenido más pecho... Paece mentira, ¿no es verdad?
Huérfano, desgraciado, pobre, el mundo era para mí un valle de dolores; quise cerrar mi corazón a todo afecto, no amar ni ser amado, cuando te conocí y te amé. Te hablé noble y desinteresadamente. ¿Qué interés podía guiarme?
Era cosa decidida, y el bebé siempre contestaba con el mismo tono burlón a sus recriminaciones: Pero ¡tonto...! ¡si nunca le quise...! ¡si aquello fue una broma, un caprichito para hacerte rabiar...! ¡Yo sólo te quiero a ti, insultador...!
Pero... pero te vi... continuó Artegui . Te vi por casualidad, y por azar también, y sin que de mí dependiese, estuve a tu lado algún tiempo, respiré tu aliento, y sin querer... sin querer... comprendí que.... No quise confesarme a mí mismo tu victoria, ni la conocí hasta que te dejé en ajenos brazos.... ¡Oh! ¡Cómo maldije mi necedad en no haberte llevado conmigo entonces!
Eso fue en el momento mismo de separarme de ellos. No quise que me acompañasen a la estación.
La cumbre del monte, en donde estaba el becerro de oro, se descubre, y muestra en el lugar del ídolo la imagen del Crucificado, que dice: .....Yo, Que para sanar las fieras Venenosas mordeduras De la serpiente primera, No siendo pecador, quise Parecerlo, porque tenga En mi muerte el pecador Vida temporal y eterna.
No quise decir nada a Gloria; pero procuré con todas mis fuerzas que dejase de ir a aquella casa. Algo contribuyó también a hacérmela poco grata la escena inverosímil que una de aquellas noches presenciara en ella. Ha de saberse que el piano había desaparecido del salón.
Me remangué los pantalones casi hasta la rodilla, porque ¿cómo iba a entrar manchado de barro en tu salón? Quise sostener el canastillo en un brazo y llevar el paraguas abierto en la otra mano. Fue imposible. A los pocos pasos me volví y le dejé el paraguas a Jacoba. ¡Qué peregrinación, cielo santo! ¡Qué angustia!
Había abierto la carta de Oliverio cuya fúnebre despedida presidía, por decir así, a esta relación y estaba de pie, los ojos vueltos a la ventana en la cual se encuadraba un tranquilo horizonte de llanura y de aguas. Permaneció así algún tiempo guardando embarazoso silencio que no quise romper.
Palabra del Dia
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