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Actualizado: 18 de julio de 2025


Celos infundados, por supuesto, porque jamás se le había pasado por la imaginación mirarla sino como una buena amiga... La duda se infiltró en el pecho de los circunstantes al escuchar esta afirmación. Pero nadie osó producirla. D. Laureano continuó. Ya en varias ocasiones habían tenido peloteras sobre este vano supuesto.

¡Dale!, ya pareció aquello respondía don Baldomero Pues yo te probaré... Solía no probar nada, ni el otro tampoco, quedándose cada cual con su opinión; pero con estas sabrosas peloteras pasaban el tiempo.

Una sola, allá en Lima, me quiso de veras con amor fervoroso, pero criminal. Yo también la quise, por mi desgracia, porque tenía un genio de todos los diablos, y queriéndonos mucho, la historia de nuestros amores se compuso de una serie de peloteras diarias. Aquellos amores fueron pesadilla, y no deleite.

Como estas peloteras eran pan cotidiano, las muchachas de la vecindad, envidiosas de la hermosura de Benedicta, dieron en bautizarla con el apodo de Gatita de Mari-Ramos; y pronto en la parroquia entera los mozalbetes y demás niños zangolotinos que la encontraban al paso, saliendo de misa mayor, le decían: ¡Qué modosita y qué linda que va la Gatita de Mari-Ramos!

No se dio cuenta de que su hermano y D. León Pintado, entretenidos en una conversación interesante y parándose cada diez palabras, se habían quedado atrás. Hablaban de las oposiciones a la lectoral de Sigüenza y de las peloteras que ocurrieron en ella. El capellán, como candidato reventado, ponía de oro y azul al obispo de la diócesis y a todo el cabildo.

Lo que no podía sufrir D.ª Laura era que él probase de todo para darlo por bueno, y con este motivo había ruidosas peloteras; pero él aseguraba que todo estaba riquísimo, que todo era gloria, y con esto y con recoger D.ª Laura las compras para guardarlas con siete llaves, concluían las cuestiones.

Palabra del Dia

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