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Actualizado: 8 de mayo de 2025
La impresión ardiente de una hermosura divina; yo no había visto unos ojos que tuviesen la hermosura, el poder, el dulce fuego que hay en vuestros ojos... y luego vuestros ojos, al arrojar sobre mí su primera mirada, exhalaron instantáneamente una mirada de sorpresa, y luego una mirada de atención, y luego una mirada que me dijo claro, claro, como me lo podrían decir vuestros labios: soy tuya, tuya, cuando quieras, tuya toda, cuerpo y alma, corazón y vida... pude engañarme; pero yo leí eso sin quererlo en vuestros ojos, lo leyó mi alma, y mis ojos debieron deciros lo mismo...
Yo te prometo cuanto quieras, hija mía repuso Bermúdez trasudando de congoja y sentándose al lado de Nieves . Pero cuenta, ¡cuenta, por el amor de Dios! y sácame cuanto, antes de esta terrible curiosidad en que estoy metido.
Después trataba de reanimarla imprimiendo largos, apasionados besos en su rostro de alabastro. Al fin se entreabrieron sus ojos, contempló con extraña fijeza al conde y relampagueó en ellos una dulce sonrisa. ¿Eres tú, Luis? Sí, vida mía, yo soy. ¿Adónde me llevas? Donde tú quieras. Llévame lejos, ¡muy lejos!... Llévame a tu casa... Llévame aunque no me des de comer.
¡Pues hombre, no faltaba más! ¡habrá insolencia! Yo le he dicho... ¡Qué! Que ya se te pasará; que tú al principio, tomas las cosas muy á lo vivo y por donde queman; pero que eres muy buen hombre, y todo al fin se te pasa. ¡Conque soy yo muy buen hombre! Ya lo creo. ¡Pues no señor! ¡soy un hombre muy malo! Como quieras, Francisco; cuando estás así, es necesario dejarte en paz y luego tienes razón.
Entonces, tú la primera respondió cortésmente el joven, interesado en aprovechar el menor plazo, aunque un poco alarmado por el tono de su madre. Como quieras.
Haz el favor, te digo... No quiero verte, no quiero oírte, ni me importa que me quieras o no. Si me quieres, rabia y rabia; mejor. Yo me reiré viéndote padecer. Con que lo dicho, déjame en paz. Tengo un sueño espantoso... ¿No ves cómo se me cierran los ojos?». Y era mentira. Lejos de tener ganas de dormir, estaba muy despabilada y nerviosa.
Tomaba un poco de sopa, y en lo demás no hacía más que picar. D. Baldomero solía enfadarse y le decía: «Hija de mi alma, cuando quieras hacer penitencia no vengas a mi casa. Observo que no pruebas aquello que más te gusta. No me vengas a mí con cuentos. Yo tengo buena memoria.
Pues bien: hablemos ahora cuanto quieras, de mis patos, mis gallinas, mis conejos, mis perros y mis flores. Ocho días después, me despedí de mi tío y me puse en camino para Italia. Llegué, vi y vencí.
Como tú quieras, contestó la señorita Guichard. Y tomaron un paseo circular. No bien habían andado cien pasos, apareció Bobart armado con su inseparable escopeta y escoltado, además, por el perro que tenía por misión devorar á los merodeadores en general y á Roussel y á Mauricio en particular. El abogado, como obedeciendo á una consigna, se colocó al lado de Herminia. El perro abría la marcha.
Como tú quieras. Bien, pues mañana, antes de comer, pasaré por aquí y lo haremos. Ambos callaron algunos instantes y atendieron al canto de don Serapio, que se lamentaba cada vez con acento más patético de la soledad y tristeza en que su dueño le tenía.
Palabra del Dia
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