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Actualizado: 13 de mayo de 2025
El título de Barón, y ese nombre con rastrillo, con barbacana y con torres almenadas, Pontournant, le fascinaba por su aire de la edad media y hubiera querido llevarle.
Celinina abrió los ojos, que ya parecían cerrados para siempre; miró á su padre, y con la mirada tan sólo y un grave murmullo que no parecía venir ya de lenguas de este mundo, pidió á su padre lo que éste no había querido traerle.
Como un pino de oro. ¿Buen cristiano? Creo que sí. ¿Honrado? Á carta cabal. ¿Y la quiere mucho? Con toda su alma. ¿Y es discreto y valiente? Como un Gonzalo de Córdoba. Además es poeta elegantísimo, monta bien á caballo, posee otras mil habilidades, es muy leído y sabe de torear. Me alegro, me alegro y me realegro. Le casaremos con Clarita, aunque rabie Doña Blanca. Sí, querido maestro.
¿Crees preguntó Jacques que Beatriz querrá a mi hija, que se portará bien con ella? ¿Por qué suponer lo contrario? ¡Es verdad!... ¿De manera que tu tía me permite que lleve la niña a los Genets? No sólo lo permite, lo desea. De nuevo quedaron en silencio. Y bien, querido maestro, ¿es cuanto deseas que yo te diga?
¿Su felicidad?... Esto es lo que me preocupa... ¡Si supieras cuánto me hace sufrir la idea de que lo sucedido pudiera perjudicar a mi hija! No, no la perjudicará, ni siquiera lo sospechará dijo Juan con voz enérgica. Ella no sabrá nada, jamás, de nuestra combinación; las cosas pasarán como si esta catástrofe no nos hubiese afectado... ¡Ah, mi querido señor! ¡todo, con tal que sea dichosa!
Al fin, animada y más resuelta con el peligro de verse arrebatada al Africa, y allí mirarse combatida ferozmente en su amor y en su religión, se arrancó del querido hogar y atravesó los jardines y huertos, llena de amargura y zozobras. La tempestad aumentaba, y María iba entre la obscuridad y los árboles hacia el puente destruído, asustada con mil imágenes y fantasmas.
Y sobre todo, ¿por qué desistiría de su empeño? Poco a poco, involuntariamente, pensó en él con tal insistencia, que no podía arrancárselo de la imaginación. El resultado de tales cavilaciones fue que, aunque Julián no le dijo nunca cuatro palabras con formalidad, ella se persuadió de que la había querido y de que probablemente seguiría queriéndola.
Mira, yo podría estar muy bien en cualquiera parte; entiendo de tabaquería, y muchas veces han querido destinarme... pero no, no quiero, en el tendajón estoy mejor; allí mando yo; y como Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. ¿Crees tú que todos los amos son como tu padre y tu abuelo?
Ana, con sus caprichos de madre, había querido que le llevasen aquel domingo a Sol. «¡Es tan buena, Lucía! Tú no tienes que tenerle miedo: tú también eres hermosa. Mira: yo veo a las personas hermosas como si fueran sagradas.
Su amor había sido despreciado, sus ruegos desoídos, su fe ofendida; la obra de destrucción había continuado más activa que antes, y ella, que había querido impedirla, se consideraba su cómplice. Entonces había reconocido, demasiado tarde, que el camino en que avanzaba debía tener fatalmente una sola salida: persuadida de que su engaño no merecía perdón, había pensado en la muerte.
Palabra del Dia
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