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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Los labios gruesos y sinuosos y manchados por el zumo del cigarro puro que traía apagado y mordía paseándolo de un ángulo a otro de la boca sin cesar. Podría tener unos sesenta años, más bien más que menos. Venía envuelto en un magnífico gabán de pieles que no había querido quitarse a la entrada por hallarse acatarrado.
Hoy el edificio no tiene mas que sus muros y fachadas magníficas, sus arcadas interiores y los elementos del suntuoso palacio. Su forma exterior es cuadrada, pero en el interior es perfectamente circular, como si se hubiese querido establecer allí un circo romano.
No pensemos en lo imposible añadió Cristeta tristemente ¿Has querido verme para que sufriéramos los dos? Ya estarás satisfecho; pero basta... ¡por la Virgen Santa!
Por eso es, mi querido conde, por lo que no irá usted a casa de la señora Chermidy, ni siquiera para despedirla, y si, a pesar de mi negativa, va usted, cuando vuelva no encontrará aquí ni a su mujer ni a su madre. Don Diego se conformó, pero estuvo de mal humor por espacio de tres días.
Mi adormecido corazón despierta, y en tus hermosos ojos adivina los mismos ojos de mi madre muerta. No pudieron la ausencia ni el olvido, ni el hielo de tu cruel indiferencia arrancar para siempre esta dolencia del fondo de mi pecho dolorido. La pasión que me tiene enloquecido me consume con honda persistencia, y resurge con súbita violencia ante el prodigio de tu sér querido.
Azorín y Sarrió han recorrido la ciudad; luego, de pechos sobre el puente, han contemplado el río que se desliza turbio. A lo lejos, entre unos cañaverales, al pie del palacio episcopal, unos patos se zambullen y nadan. Y Sarrió, viendo estos patos, ha dicho: Esos patos que nadan en el río, ¡qué gordos que están, querido Azorín!
Soy su pariente dijo Miguel, algo indeciso en su interior al invocar este parentesco que muchas veces no había querido reconocer.
Y aquellos ojos, fijos dulcemente en ella, inundaban de un placer desconocido el alma de la duquesa, la inflamaban en un amor infinito. Era el purísimo amor de una buena madre, que había llorado veinticuatro años por su hijo á quien no conocía, y que le era tanto más querido, cuantos más sacrificios de todo género le había costado.
Ahora bien; si el verdadero inconveniente de los diputados filipinos consiste en el olor á igorrotes que le ponía tan inquieto en pleno Senado, al aguerrido general Sr. Salamanca, el Sr. D. Sinibaldo de Mas, que ha visto de cerca á los igorrotes y ha querido vivir con ellos, puede afirmar de que olerán, cuando peor, como la pólvora, y el Sr. Salamanca, sin duda, no tiene miedo á ese olor.
El abuelo don Horacio, que estaba bien enterado, habló muchas veces a su nieto de tales sucesos. «La Papisa» sólo había querido al padre de Jaime.
Palabra del Dia
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