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La piedra que me servía de pupitre estaba tibia; los lagartos se paseaban casi al alcance de mi mano tomando el sol. Los árboles, que ya no eran del todo verdes, el día menos caluroso, las sombras más dilatadas, el ambiente tranquilo, todo hablaba con el encanto del otoño, época de declinación, de desfallecimiento y de odios.

Algunas de aquellas guirnaldas estaban formadas de hierbas odoríferas, de esas que las niñas gustan de guardar en su pupitre, aquí y acullá, enlazadas con las plumas del bacai de la vainilla y de la anémona silvestre, el maestro reparó en la capucha azul oscuro de la adormidera o acónito venenoso.

De súbito, se echó hacia adelante invocando a Dios para que la matara en el acto, y desalentada e inerte cayó de cara contra el pupitre del maestro, llorando y gimiendo, como una Magdalena. El maestro la alzó suavemente esperando a que se le pasara el paroxismo de la primera excitación.

Y en el cuarto descrito, habrá de esto unos seis meses, paseándose de rincón á rincón, ó arrellanado en el taburete, de codos sobre el pupitre, recorriendo con la vista las columnas del periódico de la mañana, podrías haber reconocido, honrado lector, al mismo individuo que ya te invitó en otro libro á su reducido estudio, donde los rayos del sol brillaban tan alegremente al través de las ramas de sauce, al costado occidental de la Antigua Mansión.

Todavía está a la mitad y ya se está cayendo. Primero te caerás . Es mío afirmó la señora de Santa Cruz avanzando más y poniendo la palma de la mano sobre el pupitre . A ver, rico avariento, usted para la obra de Dios. ¡Otra! Ya he dado unas vigas que valen cualquier cosa replicó Manolo, mirando embelesado, tan pronto la cara de la mendicante como su mano de ángel, sonrosada y gordita.

Por de contado, querida, me refiero a la masculina. No nada que pueda hacer tolerable a la femenina». Al cabo de una semana había doña María olvidado ya por completo este episodio: pero sus paseos de la tarde tomaron inconscientemente otra dirección. Con cierta extrañeza notó que todas las mañanas un fresco ramo de flores de azalea aparecía por entre las demás, sobre su pupitre.

Si hemos de creer á un viejo documento hallado en viejísimo pupitre, cuando ponían al tal edificio en el estante de su dueño, la tabla que lo sostenía amenazaba desplomarse, con detrimento de todo lo que había en ella.

A la entrada de la cantina existía una especie de jaula de madera con un ventanillo. Dentro de ella estaba sentado ante un pupitre el dueño de la tienda, envuelto en mantas, quejándose á cada momento, pero sin dejar de repasar unos cuadernos viejos, cubiertos de rayas y caprichosos signos, que le servían para su complicada contabilidad.

Uno de sus hundidos ojuelos verdes relucía felinamente; el otro, inmóvil y cubierto con gruesa nube blanca, semejaba hecho de cristal cuajado. Abriendo Barbacana el cajón de su pupitre, sacaba de él dos enormes pistolas de arzón, prehistóricas sin duda, y las reconocía para cerciorarse de que estaban cargadas. Mirando al aparecido fijamente, pareció ofrecérselas con leve enarcamiento de cejas.

Pensando como se ha visto, llegó Bermúdez a su despacho; y manoseando la correspondencia que el ama de llaves había dejado sobre su pupitre mientras andaba él a caza de los secretos de Nieves, topó con una carta que traía el sello de la administración de correos de Villavieja. Alegrose mucho de ello, y se sentó para leerla con toda comodidad, porque prometía, por el bulto, ser bastante larga.