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Actualizado: 21 de julio de 2025
Y esto fue largo, muy largo, pues que llegó a medirse por horas, con algunos descansos breves, durante los cuales se movían o se renovaban muchos de los congregados, andando de puntillas y devorando suspiros y sollozos, y volvía a oírse adentro el estertor acompasado del moribundo, y afuera el mugir de los vendavales.
Los hombres escuchaban reflexivos, con la cabeza descubierta. Las mujeres se habían vestido de negro, con una cofia de puntillas y las manos enmitonadas. Fué á Terranova á cargar bacalao. Allí era donde la corriente cálida del golfo de Méjico se encontraba con la fría del Polo.
«Pero, oiga usted, señor matamoros; si usted quiere que sea suya para siempre su señora reina de las botas nuevas, apague esas luces del tocador y véngase de puntillas, que puede oírle Eufemia, que ahora duerme ahí al lado».
Un buen rato pasó escogiendo y apartando medias y puntillas que le habían mandado de una tienda, púsose luego unos zapatos nuevos para convencerse de que le hacían bonito pie, antes de pagarlos, y por último se probó un cubrecorsé y una bata, permaneciendo en adoración de sí misma ante el armario de luna, complaciéndose, más que en los primores de las galas, en su gallarda figura, de madrileña esbelta y en su gentil cabeza de mujer dominadora y altiva.
Petrov se rió recelosamente y, apretando el pedazo de hielo que llevaba en el bolsillo, volvió de puntillas a su sitio, detrás de un árbol, donde se sentía en seguridad relativa en caso de un ataque súbito. En general, los enfermos charlaban mucho y se complacían en la charla; pero apenas habían cambiado las primeras palabras, no se escuchaban ya los unos a los otros, y hablaba cada uno para sí.
El atemorizado lego salió de puntillas, cerrando tras sí la puerta, que se abrió algunos momentos después para dar paso á un monje, corto de estatura, robusto de cuerpo y cuya imperiosa mirada acentuaba la expresión severa del semblante. ¿Me habéis llamado, reverendo padre? Sí, hermano Maestro.
Y acaso su excelencia la traiga una buena noticia, dijo doña Inés. Pues, avisémosla. Avisémosla. Id vos. No, vos. Cualquiera. Y doña Inés se levantó, abrió las vidrieras, y de puntillas se acercó al lecho, y dijo casi al oído de su señora: La escelentísima señora camarera mayor de su majestad, quiere veros, señora.
Un año había transcurrido, cuando Amaury entrando de puntillas en el salón, asustó a las dos primas que lanzaron al verle un chillido. ¡Ay! esta vez nadie gritó; solamente Antoñita al escuchar los nombres sucesivos de las personas que entraban, no pudo menos de ruborizarse y temblar oyendo el de Amaury. Pero como puede suponerse no debían limitarse a esto las emociones de los dos jóvenes.
Me acerqué de puntillas y le tapé el rostro con mi pañuelo. ¡Jesús! exclamó. ¡Qué susto me has dado! Ya vino papá... ya vino... y.... ¿Y qué? pregunté ansioso. Dice que viene por mí; que está enfermo; que señora Francisca está más chocha cada día.... En fin, que el viernes nos iremos.... Y tú... ¡contenta como una sonaja!... ¿no es verdad? ¿Contenta yo? Sí; tienes razón.
Pero deteniéndose a la puerta y volviendo sobre sus pasos, le dijo: Si me dieses palabra de ser formal, te llevaría a mi cuarto. Palabra redonda respondió el joven alegremente. ¿Nada de besitos? Nada. Júralo. Lo juro. Bien, quédate ahí un instante, y después vienes en puntillas, ¿sabes? Hasta ahora. Hasta ahora dijo Gonzalo apoderándose de una de sus manos y besándola.
Palabra del Dia
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