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Actualizado: 21 de julio de 2025
Chinto se acercó andando de puntillas, torpón y zambo como siempre. Además parecía hallarse muy turbado.
Hablaron los tres en voz baja; don Custodio decía las palabras, llenas de silbidos suaves imitación del Magistral al oído de su hija de penitencia; la consolaba, y ella levantando los ojos llenos de lágrimas los fijaba como quien se acomoda en sitio conocido y frecuentado, en los del clérigo de almíbar. Subieron, de puntillas, dispuestos a intentar un ataque contra el enemigo.
El Arcipreste se había acercado más al Provisor, y estirando el cuello, de puntillas, como pretendiendo, aunque en vano, hablarle al oído, había dicho después: «Ella ha visto visiones... pseudo-místicas... allá en Loreto... al llegar la edad... cosa de la sangre... al ser mujercita, cuando tuvo aquella fiebre y fuimos a buscarla su tía doña Anuncia y yo.
En un extremo de la galería de cristales había una puerta; la empujó suavemente y entró en la casa-habitación de sus pájaros que dormían el sueño de los justos. Con la mano que llevaba libre hizo una pantalla para la luz de la palmatoria, y de puntillas se acercó a la canariera. No había novedad.
»Me vestí muy pronto y salí de puntillas hasta el gabinete de Luz, que no distaba mucho del mío. La puerta no estaba bien cerrada y había un resquicio entre las dos hojas.
Aquí tiene a monsieur Manzanares, hombre generoso, que, según parece, está enamorado de usted y se dará por contento si puede hacer su felicidad. El señor dijo Marcela sonriendo ya sabe que en el buque no acepto nada. Bueno; pues será en tierra. Y de seguro que está deseando llegar a Buenos Aires cuanto antes, para poner a sus pies todas las blondas y puntillas de su establecimiento.
Un niño pequeñito de ocho años subió gateando las gradas del estrado, púsose de puntillas para divisar a su madre, viola a lo lejos y con la punta del diploma le envió un beso... Chicos y grandes aplaudieron con entusiasmo: los unos, por ese instinto de ángel que hace comprender al niño lo que es santo y bello; los otros, por esa tierna simpatía que despierta en el corazón de todo padre o madre cuanto tiende a revelar el puro amor de hijo.
Aprendería el castellano para saborear las obras de Ojeda, que indudablemente era un genio. Se lo decía su amor. Cuando viviesen juntos, entraría de puntillas en su estudio, permaneciendo detrás de él en amorosa contemplación, como una esclava.
Insensiblemente se dejó arrastrar por un espíritu de desconfianza que acababa de despertarse en él, y dentro de su casa, por una precaución inexplicable, le hacía andar de puntillas como si fuese un ladrón. Sin darse cuenta de ello, se vio junto al cortinaje que cubría la puertecilla por donde entraba doña Manuela todas las noches a la hora de acostarse.
La despedida a mis viejos, voy a ponerla en sitio visible... ¡ay, Dios mío! ¡cuando entren y la vean! ¡pobrecitos!... aquí, en la mesa, la haría volar el viento; ¿dónde la pondré? en la almohada, prendida con un alfiler... ¡así! ¿estoy pronto ya? saldré de puntillas, para que no me sientan, pero, antes voy a asomarme a la ventana, a ver si viene alguien... ¡Han llamado! y no he oído pasos en la escalera, ¿será papá? no, si es él, me mato aquí mismo: su presencia me sería insoportable... ¿Quién es? ¡ah! es Pampa... algún recado de tiíta Silda... el revólver aquí, en el bolsillo, bien disimulado.
Palabra del Dia
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