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Actualizado: 27 de julio de 2025


En este sentido llegó a escribir un artículo luminoso que envió a los Anales de las ciencias naturales, ya que sus revistas El mundo orgánico y El mundo inorgánico no se publicaban hacía tiempo por falta de dinero. Desgraciadamente no fue posible insertarlo, ni allí ni en otra revista extranjera adonde lo remitió. Los celos de sus colegas le perseguían, como ha sucedido siempre en tales casos.

Trataba de reverendos a los machos que le ayudaban a ganar el pan, y cuando en los ratos de descanso se sentaba a la puerta de la cochera, deletreaba penosamente, con vozarrón que se oía hasta en los últimos pisos, sus periódicos favoritos, los papeles más abominables que se publicaban en Madrid, y que algunas señoras miraban desde arriba con el mismo terror que si fuesen máquinas explosivas.

Los dueños de hoteles y restoranes, por agradecimiento, colgaban mi retrato un el lugar más visible de sus comedores, siempre repletos. Los diarios publicaban mi biografía, y al hablar de mis riquezas se veían obligados á romper sus columnas, colocando una línea de ceros á todo lo ancho de la página, y aun así, les faltaba espacio.

El abogado acusador era un joven flaco, de barba negra, ojos pequeños insolentes, y muy sobre en todos los ademanes. Figuraba como jefe de los republicanos federales de Lancia y dirigía el periódico que éstos publicaban. Su odio al clero era proverbial en la población. Había tenido varios choques por este motivo, uno de ellos con el obispo: estuvo procesado por injurias a la religión.

Tolva, deseando que aquel numeroso concurso que á diario llenaba el café, estuviese al corriente de cuanto sucedía, estableció en el local una especie de cátedra en la cual un ciudadano de buenos pulmones tenía la misión de leer por las tardes y las noches los periódicos en alta voz, así los que se publicaban en Sevilla, como los de la corte y otros de las provincias más importantes, que á todos se suscribió el buen Tolva, con la mejor y más sana de las intenciones.

Viendo los turcos lo poco que ganaban en venir á las manos con los del fuerte ni galeras, acordaron de esperar á que acabásemos el agua, porque de los que se huían tenían cada hora aviso de la poca agua que teníamos, y los que se iban, por cubrir su bellaquería y por complacer los turcos, publicaban más necesidad que la que había. Muerto el gobernador Barahona, que tenía cuenta con el agua, se dió el gobierno del fuerte y el cargo de la cisterna al Capitán Antonio de Olivera; y estando herido de un arcabuzazo, se dió cargo del agua á Juan de Alarcón, Secretario de D. Alvaro, que servía de Contador en la fuerza.

Julio tenía gran facilidad para la admiración y reverenciaba á todos los escritores cuyos «argumentos» le había contado Argensola, pero no podía aceptar la grandeza intelectual del ilustre pariente. Durante su permanencia en Berlín, una palabra alemana de invención vulgar le había servido para clasificarlo. Los libros de investigación minuciosa y pesada se publicaban á docenas todos los meses.

La impiedad precoz de D. Fadrique vino á fundarse en razones y en discursos con el andar del tiempo y con la lectura de los malos libros que en aquella época se publicaban en Francia. El carácter burlón y regocijado de D. Fadrique se avenía mal con la misantropía tétrica de Rousseau. Voltaire, en cambio, le encantaba. Sus obras más impías parecíanle eco de su alma.

Amaba el mar, y tenía casi á la puerta de su casa un palacio flotante, el yate, cuya fotografía publicaban los periódicos ilustrados para envidia de los infelices: pero apenas emprendía un viaje, tenía que volver llamado por sus negocios. Además, él era un hombre de familia; se aburría en la soledad del océano ó en los puertos ruidosos, haciendo vida de célibe, fumando y leyendo.

Palabra del Dia

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