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Por esto oponía la más terminante negativa a los señores respetables, antiguos amigos de la familia, que su mujer le enviaba como embajadores; ella misma fue varias veces a la casa, sin conseguir que le franqueasen la puerta, y tan tenaz era la resistencia de Luis, que hasta dejó de asistir a ciertas reuniones, adivinando que allí protegían a su esposa, y algún día procurarían que se encontrasen casualmente.

Conseguía alojamiento y mesa en la casa de un personaje como el contador Quitanilla, favorito de los reyes; le protegían los priores de ricos conventos; tenía pláticas con la gente de la corte, y al fin le escuchaban los monarcas, mientras España andaba revuelta en las últimas guerras con los moros, había de atender a los choques políticos en Francia e Italia, tenía poco dinero y necesitaba tiempo y reflexión para cosas más urgentes e inmediatas que buscar un nuevo camino que llevase a la «tierra de las especierías»... ¡Si se hubiese presentado como español!

Los mismos que protegían antes su empresa dudaban ahora francamente del éxito, resistiéndose á proporcionarle más dinero para su continuación. Un ambiente de escepticismo y descrédito iba esparciéndose en torno á todo lo que era de la Presa. Llegó el invierno sin que Robledo hubiese podido salir de Buenos Aires.

Un rugido que equivalía á un aplauso, acogió sus primeros golpes. Los mineros aplaudieron con las manos, como si estuvieran en las corridas de toros de Bilbao. Protegían con su benevolencia á aquellos partidores de leña, como gente humilde que en nada podía interesarles. En las minas de Bilbao no se partían troncos: podía, pues, concederse algún mérito como leñadores á aquellos rústicos.

Los invasores se valían de ellos y conociendo su utilidad los protegían y enriquecían, y algunos no solo dependieron de su voluntad sino que se redujeron á ser sus meros instrumentos.

Eralo la madre Misericordia, abadesa de las Descalzas Reales de la villa y corte de Madrid. Primero, porque su convento era el más aristocrático. Había sido fundado en 1550 por la señora infanta de Portugal, doña Juana. Le protegían directamente sus majestades. Le visitaban mucho é iban con suma frecuencia á comer en él conservas. Las monjas eran todas señoras pertenecientes á la alta nobleza.

Dirigían la conciencia de los padres, presidían la educación de los niños, protegían, como las hadas, los primeros días de los recién nacidos sobre los que atraían los dones del Cielo y las luces de la fe.

Los que habian enseñado á la Europa septentrional á sacudir la corteza de la barbarie roturando tierras, desecando pantanos, desmontando bosques, regularizando las corrientes, construyendo hornos, abriendo escuelas y talleres, merecian bien de todas las clases y gerarquías: ellos daban ejemplos de abnegacion, protegian á los débiles, socorrian á los necesitados, respetaban á sus semejantes; á ellos son debidos los primeros gérmenes de libertad é independencia; á ellos se debieron despues los primeros bosquejos de organizacion central que en los siglos posteriores adoptaron los reyes.

Seis años de vida en Nueva York habían desfigurado á esta joven mejicana, dándole otras costumbres y hasta un aspecto físico completamente diferente. Los personajes de la ciudad la protegían, seducidos por sus finas maneras y por la sencillez con que hablaba de unos estudios que sólo conocían ellos de oídas.

Los jornales de las que trabajaban nunca subían; pero, en cambio, ¡qué alegría cuando alguna renunciaba al mundo! Las señoras que protegían a las Hijas de la Salve solían pagar el no muy cuantioso dote necesario y el humilde equipo preciso. ¡Santa caridad que sustraía doncellas a la circulación del pecado, evitando que llegaran a ser madres de impíos!