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Actualizado: 8 de junio de 2025
Por fin llegó el ansiado viernes, y efectivamente, libre de todo sufrimiento físico y moral, subí la destartalada escalera que conducía al consultorio del Dr. Idiáquez. Este me recibió afablemente, y me aseguró que mi curación era definitiva. Ese día compré un busto de Hahnmann y lo coloqué en lugar prominente de mi biblioteca.
La vanidad austríaca no hubiera puesto su boca prominente debajo de la nariz borbónica, símbolo de doblez, con más acierto y simetría que como estaba en la cara de Fernando VII. Dos patillas muy negras y pequeñas le adornaban los carrillos, y sus pelos, erizados á un lado y otro, parecían puestos allí para darle la apariencia de un tigre en caso de que su carácter cobarde le permitiera dejar de ser chacal.
Una mañana, avanzando lentamente entre la muchedumbre, notó que le seguía una mujer. Tal insistencia no podía enorgullecerle. Era una hembra cuarentona, de pecho prominente y sueltas ancas, una cocinera con la cesta en el brazo, igual á muchas otras que pasaban por la Rambla de las Flores para unir un ramo á la diaria compra de víveres.
Cada vez que el confidente y el enamorado pasaban cerca de un farol, la luz se proyectaba en la fisonomía de Borrén, siempre movida, agitada y descompuesta, cómica a pesar del exagerado carácter viril que a primera vista le imprimían los cerdosos mostachos, las pobladas cejas y la prominente nuez.
Celemín dispuso el desafío de manera que uno de los combatientes diera la espalda al foro y el otro al público, y arregló, por medio de ingenioso expediente, los calzones del que daba la espalda al público, para que en un momento dado se le descosiesen por la parte más prominente y rotunda y dejasen al aire ciertas interioridades. Y así fué. Cuando se abrió el pantalón, resonó un aplauso cerrado.
A encarrilar su alma, a cultivar su espíritu, a hacer bien a su prójimo, a llenar los deberes de su estado. ¡No es preciso poseer una nariz prominente para ser buen cristiano, buen padre de familia y buen notario! ¡Notario! replicó él con amargura poco disimulada, ¡notario! En efecto, eso aun lo soy.
Una consunción interna había devorado las morbideces que suavizan con armonioso almohadillado el cuerpo femenil; pero esta consunción era irregular, fragmentaria, ensañándose en unas partes del organismo y olvidando otras, dejando incólume, con incomprensible respeto, lo más prominente: los pechos todavía frescos y victoriosos sobre el torso enflaquecido, semejante a un doble blasón de mármol en una fachada ruinosa; las caderas de robustez germánica firmes e inconmovibles, como si en ellas fuese más el hueso del armazón que la carne del revestimiento.
Su nariz era pequeña y amoratada; su boca más pequeña aún y tan redonda, que parecía un botón encarnado; los ojos no muy grandes, la barba prominente, los dientes agudos, y uno de ellos le asomaba siempre cuando más cerrados tenía los labios. De la extremidad visible de sus orejas pendían dos enormes herretes de filigrana, que parecían dos pesos destinados á mantener en equilibrio aquella cabeza.
Ester, por complacer á su hijita, dió una mirada á la coraza, y vió que, debido al efecto peculiar de este espejo convexo, la letra escarlata parecía reproducida en proporciones exageradas y gigantescas, de tal modo que venía á ser lo más prominente de toda su persona. En realidad, parecía como si Ester se ocultara detrás de la letra.
Tenía la actitud valiente del hombre que nada teme y se atreve á todo; mostraba los cabellos un tanto más largos que como se llevaban en aquel tiempo; la frente alta, ancha, prominente, atrevida; la ceja negra y poblada, y al través del vidrio verdoso de unas anchas antiparras montadas en asta negra, dejaba ver dos grandes ojos negros, de mirada fija, chispeante, burlona y grave á un tiempo, inteligente, altiva, picaresca, desvergonzada, escudriñadora: mirada que se reía, mirada que suspiraba, mirada pandæmonium, si se nos permite esta frase, á cuyo contacto se encogía el alma de quien era mirado por ella, temorosa de ser adivinada ó de ser lastimada; aquellos dos ojos estaban divididos por una nariz aguileña de no escaso volumen, y bajo aquella nariz y un poblado bigote, y sobre una no menos poblada pera, sonreía una boca en que parecía estereotipada una sonrisa burlona, pero con la burla de un sarcasmo doloroso.
Palabra del Dia
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