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Actualizado: 21 de mayo de 2025
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La alimentación, pobre y escasa, no llegaba a formar el más leve almohadillado entre el esqueleto y su envoltura. Hombres que aún no tenían cuarenta años, mostraban sus cuellos descarnados, de piel flácida y abullonada, con los tirantes tendones de la ancianidad.
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Una tarde, al principio de la primavera, volvían los dos de una tienta de becerros en una dehesa del marqués. Este, con un grupo de jinetes, marchaba por la carretera. Doña Sol, seguida del espada, metió su caballo por las praderas, gozándose en la blanda impresión que comunicaba el almohadillado de la hierba a las patas de las cabalgaduras.
Su traje era negro y elegante, pero había en él cierto abandono que no pasaba inadvertido para el doctor, el cual recordaba sus pretensiones elegantes de otros tiempos. Notaba en ella los estragos de la edad, la gordura que borraba bajo el almohadillado de la grasa su antigua belleza de rubia altiva y dura. Esta se entrega pensaba Aresti. Huele á incienso como las otras.
Pues que imitara sus vicios». Para la Marquesa no había más que Luis XV y Regencia. Los muebles de su salón amarillo y la chimenea de su gabinete estaban copiados de una sala de Versalles, según aseguraban el tapicero y el arquitecto; pero el amor de la Marquesa a lo mullido y almohadillado había ido introduciendo grandes modificaciones en el salón Regencia.
Una consunción interna había devorado las morbideces que suavizan con armonioso almohadillado el cuerpo femenil; pero esta consunción era irregular, fragmentaria, ensañándose en unas partes del organismo y olvidando otras, dejando incólume, con incomprensible respeto, lo más prominente: los pechos todavía frescos y victoriosos sobre el torso enflaquecido, semejante a un doble blasón de mármol en una fachada ruinosa; las caderas de robustez germánica firmes e inconmovibles, como si en ellas fuese más el hueso del armazón que la carne del revestimiento.
Palabra del Dia
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