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Actualizado: 1 de junio de 2025
Butrón tomó la palabra, extendiendo la peluda mano: Respondo de María Villasis dijo enérgicamente . Lo que tú dices es cierto, Beatriz; pero la pifia de Bravo Murillo la enmendé yo mismo... María acudió entonces a mí muy alarmada, pidiendo explicaciones categóricas, y yo la prometí solemnemente que la Restauración conservaría a todo trance la unidad católica como la joya más preciada de las glorias de España.
Estando así los tres, prometí a Tona y a Chisco doblarles el legado por mi cuenta, y a Facia mejorarle también el suyo.
Le di las gracias por la noticia, y, haciéndome cargo de que esperaba algo más que esto, le pregunté si tenía intención de permanecer en el cargo que ocupaba, o si aspiraba a otro. Me confesó su ardiente deseo de un beneficio en la catedral. Le prometí escribir a mi tío, y en efecto, así lo hice.
Lloraba echándome los brazos... yo le prometí volver. Señorita, señorita... ELECTRA. Entra. ELECTRA. Estamos solas. PATROS. No hay ocasión como ésta, señorita. Ahora o nunca. ELECTRA. ¿Vienes de allá? PATROS. De allá vengo... Muchos señores que dicen números... millones y cuatrollones... Adentro, nadie. PATROS. Fuera miedo. ELECTRA. ¡Virgen del Carmen, protégeme! PATROS. Podría ser.
Prometí á V. no ha muchos días, mi excelente amigo, darle cuenta de los curiosos pormenores contenidos en la «Quenta del gasto que se hizo en el hospedaxe del embajador de yngalaterra en estos Reales Alcázares de la Ciudad de Sevilla por mandado del Conde Duque de Olivares,» según reza un curioso m-s. que tuve la suerte de encontrar en la tarea que me impuse, años hace, de ordenar los involucrados papeles de aquel Palacio.
Aquélla es la Victoria , de frailes mínimos de San Francisco de Paula, retrato de aquel humilde y seráfico portento que en el palacio de Dios ocupa el asiento de nuestro soberbio príncipe Lucifer; y mire allí enfrente los retratos que yo la prometí enseñar; sin estar la dicha mulata en la plática que hacia don Cleofás había dirigido el tal Cojuelo, y diciendo: ¡Qué linda hilera de señores, que parece que están vivos!
Yo prometí á tu padre que al cumplir los veinte años saldrías de Belmonte, para ver algo del mundo y juzgar por tí mismo si preferías seguir en él ó volver á este sagrado refugio. Acerca ese escabel y toma asiento.
Mi buen protector se apoderaba de mi alma de una manera dulce y lenta. Llegué a acostumbrarme a su compañía de tal modo, que si esta me faltara, faltaríame lo principal de la vida. La idea de ser su mujer se clavó en mí, echó raíces, y me prometí entonces a él sin escrúpulo y con la conciencia serena.
Le prometí mi ayuda en sus congojas, y casi bailó de gusto. Después llamé a Tona a mi gabinete y la hablé del caso.
Así con las tenazas el libro, y le saqué de la chimenea donde olía mal, arrojándole a la jofaina. Prometí a Amparo hacer un auto de fe con todos mis malos libros, y mediante esta promesa se restableció nuestra buena armonía. En seguida nos pusimos a almorzar. Yo había cuidado de que el almuerzo fuese muy sencillo y compuesto de alimentos acomodados a las costumbres de Amparo.
Palabra del Dia
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