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Actualizado: 1 de junio de 2025
Tintay, fundándose en que los urofeos somos muy masiados en esto de comedias, me rogaba tuviese un poco no más de paciencia con ellos. Este poco me pareció de una magnanimidad más grande que la de Job; pero á trueque de profundizar todos los misterios de los bastidores bicoles, la prometí tener á su disposición, no un poco, sino toda la paciencia que me pidiera.
Y bien Magdalena dijo con ternura, reflexiona, te lo suplico... Piensa que puedes darme una gran alegría... Apoyada en la abuela, que me tenía abrazada y bien apretada contra ella, prometí todo lo que ella quiso... Tengo, pues, seis días para descubrir si quiero o no ver al señor X... ¡Ah! llévese el diablo al señor X... y al notario con él... San José ha escuchado demasiado bien a la abuela...
Yo le supliqué que lo dejase, poniéndole por delante que si los niños olían poeta no quedaría troncho que no se viniese por sus pies tras nosotros, por estar declarados por locos en una premática que había salido contra ellos, de uno que lo fue y se recogió a buen vivir. Pidióme que la leyese si la tenía, muy congojado. Prometí de hacerlo en la posada.
Su madre la estaba llamando en la escalera, y Luciana añadió, mirándome ardientemente: ¿Irá usted? Hágalo por mí, Elena. Se lo prometí, y esta mañana obtuve de mi padre permiso para ir a despedirme de ella. Estaba escribiendo y consintió sin hacerme preguntas.
Por el camino me aseguró que partiría pronto para Inglaterra y que le concediera otra entrevista fuera de casa. Yo se lo prometí, porque al paso que me aterraba la idea de mi deshonor, me hacía muchísimo daño su determinación de partir para Inglaterra... ¡Ay, Inés qué noche! Entré en casa llena de miedo.
Porque ocurrió también la feliz coincidencia de que apurado el punto de las opiniones pictóricas de Nieves, salió de golpe y porrazo don Claudio Fuertes diciéndola: En este mismo sitio y al oír a usted que le gustaban mucho los paseos marítimos, la prometí anteayer que no le faltarían medios de satisfacer ese gusto, si se empeñaba usted en ello.
Mis amigos hiciéronme algunas preguntas respecto a la música y los bailables, demostrando deseos de asistir a los últimos ensayos. ¡Es una cosa tan curiosa y tan interesante para ciertas gentes un ensayo de la Opera! Les prometí llevarlos, y nos levantamos para salir, porque el telón acababa de caer.
Y ya que estaba apartado, volvió con gran prisa, y llamándome a voces, estando en el campo donde no nos oía nadie, me dijo al oído: -Por vida de V. Md., que no diga nada de todos los altísimos secretos que le he comunicado en materia de destreza, y guárdelo para sí, pues tiene buen entendimiento. Yo le prometí de hacerlo, tornóse a partir de mí, y yo empecé a reírme del secreto tan gracioso.
Y así, prometí a don Diego y a todos los compañeros, de quitar una noche las espadas a la mesma ronda. Señalóse cuál había de ser, y fuimos juntos, yo delante, y en columbrando la justicia, lleguéme con otro de los criados de casa, muy alborotado, y dije: ¿Justicia? Respondieron: -Sí. ¿Es el corregidor? Dijeron que sí.
El Napoleon y el guardia civil. Prometi dar cuenta de una disputa que presencié el otro dia en el restaurant de las Columnas. Era la siguiente. Dos caballeros discutian en alta voz, acerca de la prenda que constituia el carácter más grande del hombre. Uno opinaba que era la generosidad, la abnegacion. El otro decia que era el valor ó la firmeza.
Palabra del Dia
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