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Actualizado: 27 de octubre de 2025


Le sería necesario para ello una enérgica concentración de su memoria. Además, el ingeniero también se había desfigurado con los años. Sin embargo, ella, por instinto profesional, presintió que no era la primera vez que estaba junto á este hombre. Sus sentidos de mujer de presa y de hembra perseguida, obligada á defenderse y viviendo en perpetua inquietud, parecieron avisarla.

También he vuelto á ver su frac negro de corte antiguo, la corbata blanca profesional, y el diamante hereditario en la pechera; en una palabra, con todos los signos exteriores de un espíritu grave, metódico y amigo de las tradiciones.

Desde 1981, cuando empezó mi vida profesional, yo he estado involucrado en traer compañías estadounidenses a Europa. Esto es en gran medida un problema de idioma, ya que la información de éstas tiene que estar disponible en lenguas europeas para ser útil aquí en Europa.

LA CHOUTE. ¡No puedo violar el secreto profesional...! BEAUVALLON. ¿Ni siquiera para ...? LA CHOUTE. Ni siquiera para ti. Y, además, ¿no tienes nada urgente que hacer...? ¡Te conozco...! ¡Deben esperarte...! BEAUVALLON. ¡Que me esperen...! ¡Te lo ruego, La Choute...! ¡Permíteme asistir a una de tus consultas...!

Estaba ya en el redondel el tercer toro y duraba aún la ovación a Gallardo, como si el público no hubiese salido de su asombro, como si todo lo que pudiera ocurrir en el resto de la corrida careciese de valor. Los otros toreros, pálidos de envidia profesional, se esforzaban por atraerse la atención del público.

Como estuviésemos en un rincón y nadie nos observase, quise enterarme mejor de la vida de aquella familia. Villa me puso al corriente de todo. Las de Anguita eran hijas de un médico ya anciano, que había gozado de mucha clientela en Sevilla en otro tiempo. O por su edad avanzada, o porque hubiesen llegado otros médicos jóvenes de valía, o por las irregularidades de las hijas, es lo cierto que poco a poco se le había ido marchando la parroquia, quedándole en la actualidad muy contadas familias. Su mujer había muerto hacía bastantes años. Las niñas, educadas sin la vigilancia materna, habían dado siempre bastante que decir por sus extravagancias. Mientras las ganancias del papá fueron crecidas, en la casa se gastaba por largo, se vivía con desahogo y con lujo; hasta tenían coche. Nadie pensaba en mañana. El señor Anguita, un viejo maníaco, que había gozado fama de excelente médico, aunque en realidad nunca se hubiese cuidado gran cosa de los enfermos dejaba a sus hijas la dirección económica de la casa, que no podía ser más desastrosa. La pasión del viejo era el arte, y su orgullo ser inteligente en pintura. Que le dijesen que había hecho tal o cual cura maravillosa, le tenía sin cuidado. En cambio, si le venían a consultar sobre el mérito de un cuadro, o le nombraban jurado en los exámenes de la escuela de Bellas Artes, le causaban vivo placer. No le molestaba su decadencia profesional más que por el momentáneo disgusto que sentía cuando sus hijas le pedían dinero y no podía dárselo.

Si los circunstantes asentían, aunque perdiese todas las mesas no le importaba nada. Salvada su honra profesional, el dinero era lo de menos. Vuelta a dar otro tacazo, y vuelta a comentarlo. No cesaba de hablar. Pues otro tanto pasaba en el tresillo; pero, al revés de lo que suele acaecer en este juego, se abstenía de reprender a sus compañeros y de mostrarse enojado.

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