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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Debía ser una concesión hecha a estos profanos, venidos de las ciudades para pasmarse de admiración ante ella, durante dos meses, y que, transcurrido este tiempo, se apresuraban a huir y olvidarla. El mar también se presentaba de otra manera a la vista de la joven, más grandioso y más trágico, batiendo incesantemente las costas abruptas.
Al sentirse renacer, como aquella Ave Fénix citada por tantos autores sacros y profanos, saboreó Ramiro con lánguida avidez la delicia de vivir. Todo le azoraba, y el milagro del mundo volvía a maravillarle. Sentado ahora junto a la vidriera, miraba con pensativa puerilidad las nubes espesas de aquel principio de invierno.
Al lado de sus enfermos siempre estaba de broma. «¿Con que se nos quiere usted morir, señor Fulano? Pues vive Dios, que lo hemos de ver..., etc.». Esta era una frase sacramental; pero tenía otras muchas. Así se había hecho rico. No usaba muchos términos técnicos, porque, según él, a los profanos no se les ha de asustar con griego y latín.
A los profanos se unían los bullangueros y voceadores, que entonces, ¡Santo Dios!, pululaban tanto como en nuestros felices días, y entre aquéllos y éstos y el torpe vulgo armaban tal algazara, que no sé cómo las Juntas y los Generales podían resistirla.
Y por si esto no fuera bastante, un librero ha puesto sus estantes de libros profanos a lo largo de una de sus paredes, y unos hombres rápidos, que llevan una escalera al hombro, vienen todos los días y pegan en sus muros tristes grandes carteles blancos, azules, rojos. ¡No la dejan tranquila!
Seguía confesando y comulgando cada dos meses, pero Kempis seguía cubierto de polvo entre libros profanos; conservaba el miedo al infierno Quintanar, «pero no quería prescindir por completo de las ventajas positivas que le ofrecía su breve existencia sobre el haz de la tierra». «Y sobre todo no quería que el fanatismo se enseñorease de su casa». Los consejos que para excitarlo le daba Mesía, allá en el Casino, los tomaba muy en cuenta don Víctor, y siempre se estaba preparando para ponerlos por obra, pero no se atrevía.
Entonces, como ahora y como siempre, los profanos en el arte de la guerra arreglaban fácilmente las cuestiones más arduas, charlando en cafés y en tertulias, y para ellos era muy fácil, como lo es hoy, organizar ejércitos, ganar batallas, sitiar plazas y coger prisionero a medio mundo.
Mientras le mostraba su preciosa colección con el gozo especial no exento de desdén con que los sabios enseñan sus trabajos a los profanos, le fué enterando de su vida sencilla. Al llegar a la enfermedad de su madre volvió a conmoverse y las lágrimas a brotar a sus ojos.
Para ganarse la voluntad y excitar el celo de ambas Juanas, les llevó don Paco, envuelto en un pañuelo y sin que los profanos viesen lo que llevaba, un cestillo lleno de fresas, fruta muy rara en el lugar, y para mayor esplendidez sacó, además, del bolsillo del holgado chaquetón que solía vestir a diario, nada menos que tres bollos del exquisito chocolate que solía hacer doña Inés en su casa, y del cual había regalado a su padre una docena de bollos de cuatro onzas cada uno.
Y yo venía triste, recordando las Navidades pasadas en mi infancia y en mi juventud, y sintiéndome desgraciado por verme en estas montañas solo con mis recuerdos! ¿Qué valen aquellas fiestas de mi niñez, sólo gratas por la alegría tradicional y por la presencia de la familia? ¿Qué valen los profanos regocijos de la gran ciudad, que no dejan en el espíritu sino una pasajera impresión de placer? ¿Qué vale todo eso en comparación de la inmensa dicha de encontrar la virtud cristiana, la buena, la santa, la modesta, la práctica, la fecunda en beneficios?
Palabra del Dia
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