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Actualizado: 29 de junio de 2025


El caso era bien claro: ¿con qué cara mi tío contaría a mamá que yo me había suicidado para evitar que él me pegara? Pasaron diez minutos. ¡Alfonso! sonó de pronto la voz de mamá en el patio. ¿Mercedes? respondió aquél tras una brusca sacudida. Seguramente mamá presintió algo, porque su voz sonó de nuevo, alterada. ¿Y Eduardo? ¿Dónde está? agregó avanzando. ¡Aquí, conmigo! contestó riendo.

Apenas hubo cerrado la noche, se fué dando cuenta Gillespie, por ciertos preparativos, de que el aviso de Ra-Ra era cierto. Vió cómo los atletas bigotudos y malencarados se echaban á la espalda sus mochilas, despidiéndose de sus compañeros. Esto último lo presintió únicamente por sus gestos; pero así era en realidad.

Por fortuna, doña Manolita presintió por instinto aquella situación difícil, y libertó de ella pronto a su amiga, presentándose otra vez en el saloncito.

Perdonado este pícaro en el primer acto por los magnánimos conspiradores a quienes vendió, claro está que no había de enmendarse, y que en los actos siguientes volvería a hacer de las suyas; no lo creyeron así los protagonistas del drama, pero en cambio la concurrencia de la cazuela lo presintió, y en medio del calor sofocante se oían voces ahogadas de emoción exclamando: «¡Ay! ¿Para qué perdonarán a ese tunante?... ¡Ya verás cómo los ha de vender otra vez!... ¡Como yo le atrapase no le soltaba, no!». Verdad es que si el bellaco del espía era tan malo que no tenía el diablo por donde cogerlo, en cambio los personajes republicanos ofrecían modelos de lealtad y dechados de virtudes.

Debía respetar el secreto que hacía buscarse á estas dos personas. Presintió además que el tal misterio iba á ser de corta duración. Tal vez durase lo que la noche. Cuando volvió á la pieza donde estaba el buffet, vió á su amigo Federico que seguía conversando con el mismo personaje: un señor ya viejo, con la roseta de la Legión de Honor en una solapa y el aspecto de un alto funcionario retirado.

Era, en el fondo, un hombre de rapiña, alegre y jovial, buen bebedor, buen amigo y en el interior de su alma bastante violento para pegarle un tiro a uno o para incendiar el pueblo entero. La madre de Martín presintió que, dado el carácter de su hijo, terminaría haciéndose amigo de Tellagorri, a quien ella consideraba como un hombre siniestro.

Corrió hacia el interior del carromato y vio que Guillermito dormía descansadamente y no quiso despertarlo; un momento después oyó la misma apagada voz que repetía: ¡Madre! volvió al carruaje, se inclinó sobre el pequeñuelo y recibió su aliento en la cara, y otra vez lo arropó como pudo y volvió a emprender la marcha a su lado, pidiendo a Dios que lo curase, y con los ojos levantados al cielo, oyó la misma voz, ya exánime, que por tercera vez la llamaba: ¡Madre! y en seguida una grande y brillante estrella cruzó el espacio, apartándose de sus hermanas, y se apagó, y presintió lo que había sucedido y corrió al carromato otra vez, tan sólo para estrechar sobre su dolorido corazón una carita desencajada y fría como el mármol.

Las walkyrias de la Sanidad habían desaparecido igualmente. El barbudo era de los que se habían quedado, y al ver de lejos á don Marcelo sonrió, desapareciendo inmediatamente. A los pocos momentos reaparecía con las manos llenas. Nunca su presente había sido tan generoso. Presintió el viejo una gran exigencia, pero al llevarse la mano al bolsillo, el sanitario le contuvo: Nein... Nein.

Dos veces había preguntado por él á don Marcos, sin que éste se mostrase muy claro en sus explicaciones. «No le encontraba nunca en el Casino; se abstenía sin duda de frecuentarlo por miedo al juegoPresintió que el coronel sabía algo más y se negaba á hablar por discreción. Una mañana, el tedio del encierro galvanizó su decaída voluntad. ¿Por qué no ir en busca de aquellos amigos?

Los fugitivos del naufragio estaban ya muy lejos, ó los había tragado el mar durante la noche. A mediodía descansó para comer. En el bote había abundantes provisiones, así como numerosos y diversos objetos en disparatado amontonamiento. Era una suerte que sus compañeros no hubiesen pensado en llevarse tantas cosas preciosas. Algunas horas después, Edwin presintió la proximidad de la tierra.

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