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Actualizado: 30 de junio de 2025
Coronaba el estrado un magnífico cuadro de la Dolorosa, Nuestra Señora del Recuerdo, titular del colegio, y a su derecha presidía el acto el cardenal arzobispo de Toledo, bajo riquísimo dosel, y el rector y profesores del colegio sentados en tomo.
Diríase que el espíritu benigno del solariego, con la amargura de sus memorias, con la bondad de sus sentimientos, presidía aún y gobernaba las labores y las intimidades de la pudiente casa labradora.
Las horas de agonía, implacables y torturadoras volvieron a empezar... Bajo el aliento de nuestras ardientes oraciones, los muertos amados volvieron a vivir ante nuestros ojos durante un segundo, para caer una vez más sin vida en el fondo de sus tumbas, cerradas para siempre... Sentimos que estaban bien muertos aquellos a quien llevábamos el fiel tributo del recuerdo... En dulce y plañidera cadencia cayeron entonces sobre ellos las oraciones finales que entonaba la voz del que presidía la procesión; diose la bendición, se restableció el silencio... y cada cual, alejándose del campo del reposo, fue a coger de nuevo el fardo de la vida, pensando en los que ya no existen...
19 Así Hemán, Asaf, y Etán, que eran cantores, alzaban su voz con címbalos de bronce. 20 Y Zacarías, Jaaziel, Semiramot, Jehiel, Uni, Eliab, Maasías, y Benaía, con salterios sobre Alamot. 22 Y Quenanías, príncipe de los levitas en la profecía, porque él presidía en la profecía, porque era entendido.
Si Lucía y Pilar estuviesen fuertes en Historia, ¡a cuánta meditación convidaba la vista de tanto ebúrneo cuello, ornado de collares de diamantes o de estrechas cintas de terciopelo, y probablemente segado más tarde por la cuchilla; ni más ni menos, que el pescuezo del rey que presidía melancólicamente aquella corte! La cerámica era el primor de la colección.
Aquel pequeño ser reanimaba fibras que habían permanecido insensibles en Raveloe; antiguos estremecimientos de ternura, antiguas impresiones del temor respetuoso causado por el presentimiento de que algún poder presidía su destino; porque su imaginación no se había desprendido todavía del sentimiento misterioso producido en él por la presencia brusca de la criatura, no habiendo supuesto ninguna causa ordinaria y natural que hubiera podido producir el suceso.
Ladró a la caja, a los paraguas y volvió a esconderse. Lo habían olvidado en la sala, cerrada con llave por don Pompeyo. Guimarán, de levita negra presidía el duelo. Delante del féretro, en filas, iban muchos obreros y algunos comerciantes al por menor, con más, varios zapateros y sastres, rezando Padrenuestros. Guimarán había propuesto que no se dijese palabra.
Era la última partida: al día siguiente iban a separarse. Y jugaban olvidados de todo, sin saber con certeza si el buque estaba inmóvil o había reanudado su marcha. Un gran retrato de Goethe adornaba el testero del salón. Presidía el poeta con su olímpica sonrisa el manejo de las barajas y el continuo beber de una parte del rebaño trasatlántico acorralado en el buque de su nombre.
Un hombre viejo, bajito, que presidía la mesa, se quitó la boina y comenzó a rezar; todos los comensales hicieron lo mismo, menos el extranjero a quien advirtió Martín de su olvido y que, al darse cuenta, se quitó apresuradamente la gorra. En el transcurso de la cena, el hombre bajito habló más que nadie. Era navarro de la Ribera.
La estancia era una inmensa sala destartalada. Paco Gómez habitaba el palacio de un marqués que jamás había puesto los pies en Lancia, del cual su padre era mayordomo. El implacable bromista presidía vigilante y solícito los trabajos de sus compañeros, acudiendo a todas partes, saliendo a cada momento para dar órdenes a los criados o para recibir los mensajes que le enviaban.
Palabra del Dia
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