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Actualizado: 2 de junio de 2025


Pues que quieras o no quieras dijo Venturita retrocediendo de espalda hacia la puerta, me casaré. Doña Paula quiso castigar la insolencia; pero la niña salió precipitadamente, sujetó la puerta, y entreabriéndola después, dijo con acento rabioso: ¡Me casaré! ¡me casaré! ¡me casaré! Al día siguiente, Gonzalo recibió una carta de ella, que decía: «Ayer hablé con mamá. Se ha enfadado mucho.

Antes de morir tuvo tiempo de confesar, y perdonó á los agresores, que salieron precipitadamente de la iglesia, uno de ellos mal herido

¡Fuera engañosas apariencias! grité yo . Por más que vuelvas a todos lados la vista, no encontrarás más familia que la que en estos momentos te rodea. La condesa con su mirada penetrante quiso imponerme silencio; pero yo no podía callar, y los pensamientos que se agitaban con febril empuje en mi cerebro, afluían precipitadamente a mis labios, dándome una locuacidad que no podía contener.

Pero había otra consideración que le dolía más, que la tenía llena de sobresalto, y que, agravándose cada día, llegó a ser para la Condesa un tormento continuo. El Marqués caminaba precipitadamente a su total ruina: estaba empeñado hasta los ojos; la usura consumía ya lo mejor de sus rentas.

Pasó la noche en el corredor, sentado en el borde de una maleta, viendo cómo dormitaban otros con el embrutecimiento del cansancio y la emoción. Fué una noche cruel é interminable de sacudidas, estrépitos y pausas cortadas por ronquidos. En cada estación las trompetas sonaban precipitadamente, como si el enemigo estuviese cerca.

Un individuo, con fiebre de impaciencia en los ojos, va de una á otra precipitadamente, diciendo: ¡Señorita A..., señorita B..., señorita C..., que se va á empezar! Los cuartos se abren con estrépito, é invaden el corredor murmullos arpegiantes de conversaciones y de risas, y frufruteos de faldas.

Maldito perro, exclamó, cogiendo el garrote que había en el suelo y defendiéndose de Fortuna con un valor increíble a su edad. Entonces salieron precipitadamente dos hombres de mala facha de uno de los carrizales. Llevaban revólver y cuchillo de monte en el cinto y escopetas de dos cañones en las manos.

El cura me miró con aire espantado. Es inútil, es inútil, basta con que me lo digas, te creo exclamó precipitadamente, con el rostro carmesí y bajando púdicamente los ojos hacia las puntas de sus zapatos. ¡Pegarme el día de mi santo, el día en que cumplía diez y seis años! y continué yo abrochando mi bata. ¿Sabéis que la detesto?

Todas estas consideraciones tiran á fortalecer la razon contra las apariencias de los sentidos, y á avisar á los hombres, que sus sentidos son tal vez su mayor enemigo, que no deben facilmente dexarse llevar de sus representaciones, y que no juzguen precipitadamente por solo su informe sin consultar la razon.

¡La orden! ¡La orden! gritan a esta sazón. ¿Cómo la orden? exclama el autor asustado. ¿La han prohibido? No, señor, es la orden para empezar; habrá venido Su Alteza. Suena una campanilla. ¡Fuera, fuera! y salen precipitadamente de la escena aquella multitud de pies que se ven debajo del telón. ¡Cuidado con los arrojes, señor autor! dice un segundo apunte tomándolo de un brazo. ¿Qué es eso?

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