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Se llamaba D. Facundo Hojeda y era el amigo íntimo y el adlátere eterno del señor de Rivera; no se concebía a D. Bernardo paseando por el Retiro o el Prado sin llevar a su izquierda a D. Facundo: éste le daba siempre la derecha o le dejaba la acera según los casos, reconociendo la inmensa superioridad de aquél.

La bolsa de los corporales con el cuerpo del divino Redentor yacía sobre la paredilla de un prado. El P. Gil se apresuró a recogerla, se la colgó de nuevo al cuello, y después de orar un instante hincado de rodillas, siguió su camino sin separar los ojos del suelo.

Muy contra su voluntad, a pesar de la desgracia que tenía encima, el cazador sintió el placer de la vanidad satisfecha. «Frígilis había disparado dos tiros y... nada; disparaba él uno solo y... cuatro.... , cuatro, allí estaban, sangrando sobre el prado, mezclando las gotas rojas con la escarcha blanca de la hierba».

El secreto á voces se escribió en 1642: encuéntrase en la biblioteca del duque de Osuna el original autógrafo con la firma de Calderón, la fecha de Madrid 8 de febrero de 1642, la nota para Antonio de Prado y licencia para la representación de 1.º de junio del mismo año.

Después se venía hacia el prado de los nogales o Nozaleda, donde todos se reunían. Pablito no infringió un ápice el programa. Compró más de una docena de pucheros de leche y gran cantidad de bizcochos, con que obsequió a sus conocidas. Luego retozó con ellas largamente, haciendo rodar a varias por el prado y tirándose él mismo en medio del entusiasmo general.

No hacia menos interesante este castillo la malhadada suerte de su dueño D. Alonso Fernandez Coronel, sitiado en él por el rey D. Pedro en persona y por el maestre de Alcántara D. Juan Nuñez de Prado, vencido tras una obstinada defensa y en sus propios estados degollado.

El dos se quiere hacer pasar por tres; el tres hace creer que es cuatro; el cuatro dice: «Si yo soy cinco», y así sucesivamente. Ya se van los coches» dijo Isidora, que apenas había oído la charla de su amigo. Era tarde. Llegaba el momento en que, cual si obedeciera a una consigna, los carruajes rompen filas y se dirigen hacía el Prado.

Paseando un día en el Prado, melancólico, encontró dos damas, callada la una y envuelta en un velo, y esforzándose la otra en acercársele, en hablar con él y en averiguar la causa de su tristeza.

Alrededor del prado y el grupo de arbustos, se desarrolla en semicírculo una playa arenosa, en donde los materiales finos ó gruesos, se han depositado con orden, según la fuerza de la corriente que los arrastró.

Los hermanos Torrella, tan semejantes uno á otro, que apenas se distinguían entre , particularidad muy apreciada por el público cuando desempeñaban ambos los papeles de los dos hermanos en El palacio confuso, de Lope. Eran miembros de la compañía de Roque de Figueroa, de quien tratamos en el tomo anterior. Bartolomé Romero Pérez. Francisco López. Pedro Ascanio. Antonio de Prado.