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Actualizado: 28 de julio de 2025
El primero, fué poner las demás religiones en mala opinion con los principes y despues con cuantos han podido, descubriendo sus imperfecciones; y con destreza y buen modo de la opresion y caida de otros, procurar su propia grandeza; así se han señoreado de muchas abadías y gruesas rentas, quitándolas con sus relaciones á otras religiones que las tenian primero.
Las tribus, una vez instaladas en una isla, soltaban fragmentos de su propia vida, que iban á colonizar, á través de las olas, otras tierras cercanas.
Susurrábase que el joyero derramaría cascadas de brillantes, arrojaría á puñados perlas, en obsequio al hijo de su asociado y que, no pudiendo dar ninguna fiesta en su casa por no tener una propia y por ser solteron, aprovecharía la ocasion para sorprender al pueblo filipino con una sentida despedida.
El hijo del brigadier notó el estremecimiento de sus manos y vio claramente que una ola de rubor había subido a sus mejillas, por más que hubiera vuelto rápidamente la cabeza hacia la puerta del palco: «Ya eres mía,» pensó con la fatuidad propia de los jóvenes que aspiran a sentar plaza de seductores.
Según Eleuterio, el marido de mi ex amiga Petrona, que es, como sabéis, hombre muy grave y reflexivo, los pueblos europeos acabarán por adoptar las instituciones republicanas de los americanos, con las cuales es posible que se maten con más frecuencia, pero será por propia iniciativa y gusto propio, y no por mandato del rey o por antojo de la reina.
Eligió cada cual su tronco, en la seguridad de que lo mismo podía servirle de amparo que de verdugo; y allí se estuvieron, encomendándose a Dios y respondiendo a las preces que en voz resonante le dirigía don Sabas, pidiéndole por la vida de todos, aunque fuera al precio de la suya propia.
Obedeció, sin embargo, con esa especie de impasibilidad automática, propia de los criados de grandes casas, y cuando el excelentísimo ministro de la Gobernación, don Juan Antonio Martínez, buey Apis, por otro nombre, entró en el boudoir, ardía ya en la chimenea un alegre fuego, y a su lado le esperaba Currita, tendida en una chaise longue, envuelta en una bata de raso, perfectamente enguatada, y arropados los pies con un plaid escocés finísimo: descansaba su cabeza en una gran almohada con lazos color de rosa, y tendiéndole al verle entrar su franca manecita, dijo con la débil voz de un enfermo desahuciado: ¡Adiós, Martínez!... Sólo a usted hubiera yo recibido hoy.
En ella, más que en la riqueza, cifraba su dicha, y solía decir muy sinceramente: No temo el juicio de los demás. Temo el fallo severísimo de mi propia conciencia. No gustaba de parecer generoso, pero no era mezquino ni avaro.
Avergonzábase de su propia estupefacción y de lo que había admirado en su casa como supremo lujo. «¡Lo que es la ignoransia!» Y al sentarse lo hizo con miedo, temiendo que la silla crujiese rota bajo su pesadumbre. La presencia de doña Sol le hizo olvidar estas reflexiones.
Humilló los suyos don Custodio y pasó cabizbajo, confuso, aturdido en dirección al coro. Era gruesecillo, adamado, tenía aires de comisionista francés vestido con traje talar muy pulcro y elegante. El cuerpo bien torneado se lo ceñía, debajo del manteo ampuloso, un roquete que parecía prenda mujeril, sobre la cual ostentaba la muceta ligera, de seda, propia de su beneficio.
Palabra del Dia
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