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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Esposas, látigos, calaveras, rosarios y cirios completaban el adorno; abajo ardía una hoguera en torno a un poste con argolla y figuraba una caperuza como un embudo adornada de serpientes, sapos y cabezas cornudas.
Salió sin darse cuenta de nada y dio algunos pasos por la calle. Como si tropezara con un poste, hallose de improviso frente a D. José de Relimpio. Isidora despertó al choque y dijo: «¿Pero está usted aquí?
4 Si su amo le hubiere dado mujer, y ella le hubiere dado a luz hijos o hijas, la mujer y sus hijos serán de su amo, y él saldrá solo. 6 Entonces su amo lo hará llegar a los jueces, y le hará llegar a la puerta o al poste; y su amo le horadará la oreja con lezna, y será su siervo para siempre. 7 Y cuando alguno vendiere su hija por sierva, no saldrá como suelen salir los siervos.
Eres un talego. ¿Por qué te estás dos horas mirando al suelo? Mira siquiera al cielo estrellado, y aprende para zaragozano, ¡puñales! ¿Vas a hacer el Almanaque del empedrado? ¡Qué poste! Tu hermana, de tanto mirar arriba, se ha perdido. Tú llevas otro camino, pero llegarás al mismo fin. ¿Por qué no trabajas?
¡Nombre de Dios!... ¡Qué empaque! dijo detrás del abogado un oficial joven, admirando la serenidad de Freya. Al llegar junto al poste, alguien leyó un breve documento: el extracto de la sentencia, tres líneas, para hacerla saber que la justicia iba á cumplirse. Lo único que la molestó de esta rápida notificación fué el temor de que cesasen las trompetas y los tambores.
La letra es suya, y sin embargo parece de distinta mano. ¡Ay! ¡lo que me dice su letra!... Lo veo como al otro, como al infeliz amarrado al poste, cubierto de andrajos, con una delgadez esquelética... ¡Mi hijo! Lubimoff tuvo que oprimir sus dos manos fuertemente, tirar de ellas para sostenerla y que no se arrojase sobre la cama con histéricas convulsiones.
¿Por qué no ha de existir una estación aquí, en la Presa, donde vivimos cerca de mil personas? clamaba Antonio González, el dueño del boliche . En cambio, el tren se detiene en muchos sitios donde sólo hay un caballo atado á un poste para llevarse la correspondencia. Debíamos enviar una comisión á Buenos Aires.
Todos ignoráis que el volcán ruge a pocos pasos de vosotros; no sabéis que hay un hombre que prepara la más horrible de las tragedias; y mañana, cuando salga en los periódicos la extensa relación de lo ocurrido, no podréis imaginaros que la fiera en figura humana que mató al rival, a la novia y hasta a la mamá, si es que se decide a bajar, era el joven «dulce y simpático» que, pálido como un muerto, estaba hecho un poste cerca del cafetín.
Los combates y las enfermedades diezmaban a los habitantes. Juan de la Cosa, el sabio piloto autor del primer mapa de las Indias, había muerto atado a un poste por los naturales, erizado de «flechas de hierba», que convirtieron su cuerpo a las pocas horas en una masa de negra putrefacción. En los míseros bohíos del pueblo gemían los conquistadores mal heridos, hambrientos, temblando de calentura.
Recordó una fotografía que había visto en los periódicos: el suplicio del poste, aplicado por los alemanes en los campos de castigo; un francés, con el uniforme andrajoso, amarrado á un madero como si fuese una cruz, en plena llanura cubierta de nieve, sufriendo durante horas y horas un frío homicida. Era la pena mortal aplicada hipócritamente, con refinamientos salvajes.
Palabra del Dia
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