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Actualizado: 9 de mayo de 2025
El señor comisario, como quien despierta de un dulce sueño, los miró y miró al delincuente y a todos los que alderredor estaban, y muy pausadamente les dijo: "Buenos hombres, vosotros nunca habíades de rogar por un hombre en quien Dios tan señaladamente se ha señalado; mas pues él nos manda que no volvamos mal por mal y perdonemos las injurias, con confianza podremos suplicarle que cumpla lo que nos manda, y Su Majestad perdone a éste que le ofendió poniendo en su santa fe obstáculo.
«Versos dijo Mariano, alzando su cabeza y poniendo atención. ¿Te gustan los versos? preguntole Isidora, gozosa de sorprender a su hermano un síntoma de decencia. Sí replicó el muchacho ; me sé de memoria los de Francisquillo el Sastre, que empiezan: Salga el acero a brillar, pues soy hijo del acero... Calla, bruto; esas son barbaridades.
Pero ¡ah! la realidad estaba allí, delante, cruel, implacable. Y oraba devotamente, lleno de fe, con fe de santo, y acudían a mis labios las oraciones que aprendí de niño, y las recitaba cuidadosamente, poniendo el alma y la vida en cada frase, en cada palabra, en cada sílaba.
Sonreía Lituca sin decir una palabra; mirábalo en silencio y pasmadote su abuelo; reíase de todas veras Neluco, y yo, haciéndome suma gracia aquellas espontaneidades de Mari Pepa, satisfacía muy gustoso sus deseos explicándola el destino de cada cosa y el de otras muchas que no estaban a la vista, poniendo especial empeño en describir el gabinete, para que lo entendiera bien Lituca, tal y como habría de ser después de concluido.
Estas manías iban de mal en peor, poniendo a doña Lupe de un humor acerbísimo y haciéndole presagiar alguna desgracia.
Aparte se cuecen las espinacas, se escurren bien y se mezclan a los garbanzos, poniendo aceite crudo; se machacan en el mortero unos garbanzos para espesar la salsa; se deja hervir un poco y se sirve. El que quiera, puede servirse un poco de vinagre.
Abu Hafáz, lleno de complacencia, fue ofreciendo ante sus ojos, y poniendo sobre el mostrador, mil extraños primores en joyas y en telas. Ella no se saciaba de mirarlas. Era muy curiosa. El mercader le dijo: Aún no te he mostrado, sultana, lo más espléndido y peregrino que mi tienda atesora. ¿Y para qué lo escondes y no me lo muestras? dijo ella.
Soy viudo y tengo seis hijos». Al decir esto, poniendo en su tono tanta sinceridad como hombría de bien, clavaba en el rostro de su interlocutor una mirada semejante a la del asesino en el momento de dar el golpe a su víctima.
Las mujeres y los chicos refugiábanse en los graneros, y los hombres, arremangados de piernas, chapoteaban en el líquido fangoso, poniendo en salvo los aperos de labranza, o tirando de algún borriquillo que retrocedía asustado, metiéndose cada vez más en el agua.
Viéndose a solas en la habitación conyugal pues había vuelto a ella al abandonar su cuarto de enfermo , plantábase frente a un espejo y se perfilaba lo mismo que si estuviese ante un toro, poniendo un brazo sobre otro en forma de cruz, cual si tuviera en sus manos la espada y la muleta. ¡Zas!
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