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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Con la ardiente cabeza pegada a los cristales helados, contemplaba con vista turbada aquella triste decoración de invierno: los tilos desnudos, de torcidas ramas y espolvoreados de escarcha, la fuente helada, cuyo delgado chorro, congelado como una estalactita, no dejaba ya oír su murmullo cristalino, la plazuela alfombrada de nieve en la que unos pajarillos hambrientos ponían pequeñas manchas negras, como los cuervos de pesado vuelo en la inmensidad blanca de los cielos.
Les enseñaban una porción de términos y frases que no conocían, y se ponían al tanto, aunque fuese de un modo superficial, de ciertos problemas de la vida, enteramente cerrados para ellos... ¡Lástima que la afición al billar les impidiese escucharlas siempre! El estado de agitación y de cólera en que salió don Rosendo del Saloncillo, no puede ponderarse.
Se sentaban en hilera, graves, por más que la alegría les rebosaba; se ponían serias, pero la risa les chacoteaba entre las pestañas largas y crespas, jugueteaba sobre sus labios y se arremolinaba, allí, en las extremidades de la boca.
Y así como suele decirse: el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y, como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasión todos a bulto que, a doquiera que ponían la mano, no dejaban cosa sana.
Su padre, hombre de grande influencia en los círculos; su novio, uno de los hombres más ricos; Fernanda, la mujer en boga; Blanca, la criatura más distinguida del salón porteño, ponían aquella noche en conflicto la bolsa de cada uno de los concurrentes. ¡Tiene tal sello inconfundible el regalo oficial en una noche de bodas!
Ni por casualidad se dio el caso de que alguna de sus hijas le apoyase. Tratándose de asuntos ajenos a la dirección rentística de la casa, muchas veces se partían las opiniones; algunas hijas se ponían de parte de papá contra sus hermanas. Mas en cuanto asomaba el problema económico, constantemente se veía al Jubilado de un lado y a las cuatro hijas de otro.
Entonces comprendió don Simón que no bastaban sus propios elementos para conjurar los que se le ponían enfrente, y se decidió, como los malos predicadores, a sacar el Cristo para conmover más fácilmente.
Y moviendo su herramienta de un lado á otro, buscaba sitio para herir, evitando las manos flacas y desesperadas que se le ponían delante. ¡Pero Barret! ¡hijo mío! ¿qué es esto?... ¡Baja esa arma... no juegues.... Tú eres un hombre honrado... piensa en tus hijas. Te repito que ha sido una broma. Ven mañana y te daré las lla.... ¡Aaay!... Fué un rugido horripilante, un grito de bestia herida.
Por un lado el movimiento y el ruido de la playa, el murmullo cadencioso de las olas, las canciones de las lavanderas al depositar la ropa en las rocas, las risotadas de los bañistas y las locas carreras en la marea baja por la inmensa sábana de arena franjeada de plata; y por el otro la calma y el reposo de los campos, las frondosas laderas y el camino solitario en el que raros transeúntes ponían una sombra de vida, mientras que la capilla con sus muros grisáceos, su puerta baja y sus barrotes en cruz, parecía, al contrario, un monumento funerario.
Mi patrón entabló conversación con ellos. Se habló de política: la proximidad de una guerra entre Francia y Alemania era lo que preocupaba la atención en aquel momento. Pesáronse las probabilidades de triunfo por una y otra parte. Uno de aquellos señores, hombre gordo, de piernas muy cortas y traje claro, apostaba por Alemania; los otros dos ponían por Francia.
Palabra del Dia
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