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Actualizado: 23 de mayo de 2025


A esto se reducía todo el ornato del cementerio, mas no su vegetación, que por lo exuberante y viciosa ponía en el alma repugnancia y supersticioso pavor, induciendo a fantasear si en aquellas robustas ortigas, altas como la mitad de una persona, en aquella hierba crasa, en aquellos cardos vigorosos, cuyos pétalos ostentaban matices flavos de cirio, se habrían encarnado, por misteriosa transmigración, las almas, vegetativas también en cierto modo, de los que allí dormían para siempre, sin haber vivido, sin haber amado, sin haber palpitado jamás por ninguna idea elevada, generosa, puramente espiritual y abstracta, de las que agitan la conciencia del pensador y del artista.

Allí mismo, con toda solemnidad, me impuse el juramento de dejar Colón, renunciando a Panamá, al canal, al mundo entero, en el primer barco que zarpase, sin importarme para dónde. Cómo pasé esa noche, ¿a qué decirlo? Al alba estaba en pie, me ponía en campaña y sabía que dos días después partía para Nueva York el vapor Alene, de la compañía Atlas.

Desde tiempo ya procuraba no hablarme sin cierta reserva de aquella porción de mi vida de adolescente que no había tenido vinculaciones con la suya pero que no por eso estaba menos limpia de misterios. Apenas sabía mi domicilio o cuando menos ponía empeño en ignorarlo o en olvidarlo.

A la salida del coro señalaba al chantre, un prebendado obeso, con el rostro cubierto de placas rojas. Mírelo usted, tío decía a Gabriel . Esa caspa que tiene en la cara es un recuerdo del pasado. Corrió mucho, sin fijarse dónde ponía el pie... ¡Pues con esa facha, todavía presume de conquistador!

A Raguet era a quien profesaba Cónsul su odio más terrible. Hasta olfateábalo desde lejos. Pues, en cuanto pisaba la casa, de día o de noche, aunque para nada se acercase a la habitación donde se hallaba la jaula, Cónsul se ponía como fuera de .

«Bien merecido me lo tengo declaró en un arranque de dolor combinado con la rabia , porque los dos hemos sido malos; pero yo he sido más mala que ... yo dejo tamañitas a todas... ¡Dios, con la que yo hice!, ¡portarme como me porté con aquella familia! me decías que no era nada, cuando yo me ponía triste... pensando en lo que había hecho, , y te reías... te reías».

Quizás la víctima merecía serlo; pero la vencedora no tenía nada que ver con que lo mereciera o no, y en el altar de su alma le ponía a la tal víctima una lucecita de compasión. Santa Cruz, en su perspicacia, lo comprendió, y trataba de librar a su esposa de la molestia de complacer a quien sin duda no lo merecía.

Le tomé del brazo y llevándole a parte le dije: Comandante ¿Pablo se va a Rusia? , su viaje está decidido. He pensado... si quisierais que... En fin, sería mejor... Sin duda alguna, la cosa era mucho más difícil de decir que lo que yo me había imaginado. Mi altivez ponía obstáculos y me aconsejaba callar. ¿Y qué, hijita? Habla pronto, mira que me hielo aquí.

Conciencia á vos y á paciencia para tanto robo; ¿qué falta de más de eso? Un real. Tomadle. Dios guarde á vuestra merced muchos años. De pícaros como vos. ¿Pero qué es eso? dijo el cocinero mayor viendo que el bufón se ponía de pie. Que nos vamos. ¿Y no me dais los consejos que os he pedido?

Napoleón había transportado en poco tiempo el gran ejército desde las orillas del Canal de la Mancha a la Europa central, y ponía en ejecución su colosal plan de campaña contra el Austria.

Palabra del Dia

hociquea

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