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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Maltrana podía decirle el interés que le inspiraban todas sus cosas; cómo ella, que no ponía atención en la vida de los demás pues bastante tenía con los asuntos propios , había sido la primera en enterarse de su intriga con Mrs. Power, y cómo había protestado después al verle exhibiéndose junto a aquella verdosa mal pergeñada.
La tos que le entró parecía anunciar un ataque de hemoptisis. «Hija mía le dijo su mamá, viéndola ir hacia el balcón , no te asomes, que estás sudando. Toma, ponte esta toquilla». Y se la ponía, y no pudiendo refrenar las ganas de salir al balcón, salió con Fortunata, y ambas estuvieron contemplando el alma en pena que se paseaba en la acera de enfrente.
No obstante, cuando pensaba en ella sentía repentino desasosiego, alterábanse sus nervios, y se ponía a dar vueltas por la estancia con visible agitación. Un vago y triste presentimiento le oprimía el corazón. El amor frenético que consiguió inspirarle Fernanda le había hecho olvidarse un poco de Josefina.
Y, cambiando de rumbo, se ponía a contar aventuras chistosas y pasos divertidos que desarrugaban el rostro de la niña y concluían por hacerla reír a carcajadas. Poco a poco la cesta se iba vaciando y pasando su contenido al armario, que despedía siempre su olor punzante y un poco agrio de lencería lavada.
Pero en el confesonario se desacreditó antes que en el púlpito. ¡Era tan soso! Y tenía la manga muy estrecha y sin gracia. Preguntaba poco y mal. Hablaba mucho y a todas les decía casi lo mismo. Además, era demasiado madrugador y ni siquiera guardaba consideraciones a las señoras delicadas. Se ponía en el confesonario al ser de día. Se le fue dejando poco a poco.
Sobre uno de los lienzos de la tapia se alzaban los palos de los barcos del muelle, que con sus numerosos cables, enlazándose y cruzándose en todos sentidos, semejaban de lejos arañas monstruosas. Una gran puerta enrejada de hierro ponía en comunicación a la huerta con el muelle.
La noche inmediata se ponía en escena un drama de Lope ó de Calderón; á la otra seguía una ópera de Metastasio, una comedia de Molière, Regnard ó Goldoni, y á los cuatro días se solazaba el público con un drama de espectáculo de Valladares ó de Comella.
Tenía aquella manía: la de hacerse pesado, por broma, cuando se ponía a tocar.
Al observar la barba de Don Felipe, aquel rojo vellón donde la luz del aceite ponía ahora toques purpúreos, el canónigo pensó en las razas antiguas venidas hasta la Iberia desde los mares tempestuosos del Norte; y cerrando, a su vez, los ojos, soñó con repugnancia en bárbaros rubios y en carnosas hembras desnudas, con cabelleras color de naranja, como señaladas, desde entonces, por un reflejo infernal.
Sólo pensar en ello les ponía a las madres carne de gallina.
Palabra del Dia
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