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Actualizado: 5 de junio de 2025
Andrés mío: ¡Yo, pobrecito de mí; yo, Bachiller; yo, batueco y natural, por consiguiente, de este inculto país, cuya rusticidad pasa por proverbio de boca en boca, de región en región; yo, hablador y careciendo de toda persona dotada de chispa de razón con quien poder dilucidar y ventilar las cuestiones que a mi embotado entendimiento se le ofrecen y le embarazan, y tú, cortesano y discreto! ¡Qué de motivos, querido Andrés, para escribirte!
Esta tarde hemos recibido la visita de Mme. de Lavernette, que se ha detenido aquí a su regreso de Lyón: me ha dicho que ha visto a mi querido hijo Alfonso y que sus profesores le han dicho que el pobrecito hace cuanto puede por salir airoso en la carrera.
Me he dicho mil veces: ¿daré el estallido o no daré el estallido?. En la situación de ese pobrecito, mi estallido sería su muerte. Por eso me contengo y me trago todo el veneno. ¿Ves?, mi cabeza se está llenando de canas desde que veo estas ignominias sin poderlas remediar...». Fortunata volvió el rostro para ocultar sus lágrimas.
Ahora Karl bajó la frente, confuso y balbuceando. «Papá... papá», suplicó Elena. ¡Pobrecito! ¡Cómo le humillaban porque era pobre!... Y sintió un hondo agradecimiento hacia su cuñado al ver que rompía su mutismo para defender al alemán. ¡Pero si yo aprecio á este mozo! dijo Madariaga excusándose . Son los de su tierra los que me dan rabia.
A lo que respondió Sancho: -Querría que vuesa merced me la hiciese de salir a la puerta del castillo, donde hallará un asno rucio mío; vuesa merced sea servida de mandarle poner, o ponerle, en la caballeriza, porque el pobrecito es un poco medroso, y no se hallará a estar solo en ninguna de las maneras. -Si tan discreto es el amo como el mozo -respondió la dueña-, ¡medradas estamos!
¡Fill meu!... ¡Pobret meu!... ¡Hijo mío!... ¡Pobrecito mío!... Y lloró con toda su alma, inclinándose sobre el muertecito, rozando apenas con sus labios la frente pálida y fría, como si temiese despertarle. Al oir sus sollozos, Batiste y su mujer levantaron la cabeza como asombrados. Ya sabían que era una buena mujer; el marido era el malo. Y la gratitud paternal brillaba en sus miradas.
Bueno será que sepas una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años: al menos las japonesas los viven. Urashima, que no lo ignoraba, dijo para sí: Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizás mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel.
Entraba Carmen en la habitación del herido con leve paso, bajos los ojos, como avergonzada de su anterior hostilidad. ¿Cómo estás? preguntaba cogiendo entre sus dos manos una de Juan. Y así permanecía, silenciosa y tímida, en presencia de Ruiz y otros amigos que no se apartaban de la cama del herido. De estar sola, tal vez se habría arrodillado ante su esposo, pidiéndole perdón. ¡Pobrecito!
El pobrecito es más hueco que una caña de pescar. Se me ocurrió hablarle de política, preguntándole: «¿Votó usted por los radicales?» «¡Qué esperanza! me respondió; no es gente conocida...» ¿De manera que te aburriste en grande? No, eso no. La tontería tiene siempre algo de divertida. Tienes razón, hijita. Además la tontería es tan variada como la inteligencia.
Y viene usted a hacer un viajecito por nuestro país, ¿verdad? ¡Cuánto me alegro! ¿Le gusta a usted Sevilla? Muchísimo. Es una ciudad encantadora. Muchísimo, ¿verdad? ¡Pobrecito! ¿Y piensa usted permanecer aquí todo el verano? Señora, eso depende de las circunstancias dije echando una mirada de inteligencia a D. Oscar, quien se dignó aprobar con la cabeza.
Palabra del Dia
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