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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Ambos sentían aversión por el sonido articulado, sobre todo Piscis, y escatimaban su empleo. Mas a Pablito lo mismo le daban ya pitos que flautas. Hombre, Piscis... ¡tengo una pereza!... ¿Quieres hacerme el favor de ir a la cuadra y decirle a Pepe que le dé otra untura de aceite al Romero? Yo se la daré respondía con semblante fosco Piscis.
Y junto a ellos, y haciendo contraste, las muchachas del pueblo con su fisonomía dulce, sus mejillas sonrosadas y su traje pintoresco; y los niños con su semblante alegre, sus carrillos hinchados para tocar los pitos, o sus bracitos agitados tocando los panderos; todo aquello me pareció un sueño de Navidad.
Don José compró dos pitos, uno para Riquín y otro para él, y ambos estuvieron pita que te pitarás todo el santo día. Si hubieran dejado a Isidora hacer su gusto, habría comprado lo menos dos docenas de botijos, uno de cada forma. Pero no compró más que cuatro.
El rodar de los coches y el chocar de los herrados cascos sobre el piso desigual y duro, formaban un ruido monótono, constante, que rasgaban de improviso los gritos de los vendedores, los pitos de los tranvías o las agrias notas de alguna murga que, refugiada en un portal, daba tormento a sus instrumentos de cobre enfundados en sacos de percalina negra.
En todas partes hay malas pasiones... Las obras de arte por separado. Este es el Museo a donde vienen los ingleses, que son estos pitos del Santo... Veme dando cosas...». Frecuentemente, después de puesto todo, se volvía a sacar para meterlo de nuevo, colocado de otra manera. También jugaban ambos a las muñecas, vistiéndolas y desnudándolas, recibiendo y pagando visitas.
Y había que ver a los vendedores, verdaderas sanguijuelas normandas que adivinaban una presa fácil, seguirle los pasos, meterle en el bolsillo pitos, rosquillas y golosinas y ponerle delante de las piernas rosados cochinillos y rizados y blancos corderos. ¡Cómpreme usted algo para su señora! «¡Su señora!»
El viento frío, los pitos arromadizados, el humo de las chimeneas, el movimiento de las máquinas, las mismas ondas ventrudas de aquel mar estañado, el vapor que caminaba rumbo a la gran bahía, todo decía: all right. Entre las brumas se divisaban islas y barcos.
Por una esquina salía un grupo de niños disparando con la cerbatana semillas de fruta, o tocando a compás en sus pitos de barro, de camino para la escuela, donde aprendían oficios de mano, baile y canto, con sus lecciones de lanza y flecha, y sus horas para la siembra y el cultivo: porque todo hombre ha de aprender a trabajar en el campo, a hacer las cosas con sus propias manos, y a defenderse.
En estos pitos y flautas, a saber, unos cuellitos, un arreglo de sombrero, medias azules, guantes encarnados, una gorra de marino que decía en letras de otro Numancia, y dos cinturones de cuero se lo habían ido la semana anterior más de seiscientos reales, los cuales no hubieran podido reunirse en su bolsillo sin sustituir, durante larga temporada, el principio de falda de ternera por un plato de sesos altos, que se ponían un día sí y otro no, alternando con tortilla de escabeche.
«De trapo... verá usted replicó Severiana llevando a la señora a su alcoba y mostrándole un montón de flores de papel dorado, tul y talco extendidas sobre la cama. Había también allí cintas de cigarros, y esas rosas con hojas plateadas que sirven para decorar los pitos de San Isidro. «Esto es muy feo opinó la santa , ¿pero no hay naturales, o siquiera ramaje?».
Palabra del Dia
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