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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Recordaba con pavor ciertas historias de la huerta oídas en la fábrica: el miedo de las jóvenes á Pimentó y otros jaques de los que se reunían en casa de Copa: desalmados que, aprovechándose de la obscuridad, empujaban á las muchachas solas al fondo de las regaderas en seco ó las hacían caer detrás de los pajares.
El agua no pasaba adelante: se derramaba en los campos de Batiste, que bebían y bebían con la sed del hidrópico. Tal vez los de abajo se quejaban; tal vez Pimentó, advertido como «atandador», rondaba por las inmediaciones, indignado por el insolente ataque á la ley.
Creyó Batiste oir gritos ahogados de mujer, choque de muebles, algo que le hizo adivinar una lucha de la pobre Pepeta deteniendo á Pimentó, el cual quería salir para dar respuesta á sus insultos. Después no oyó nada, y sus improperios siguieron sonando en un silencio desesperante. Esto le enfurecía más aún que si el enemigo se hubiera presentado.
Barret iba detrás, intentando perseguirle, sujeto y contenido por los fuertes brazos de unos mocetones, desahogando su rabia contra aquel bruto que le impedía defender lo suyo. «¡Pimentó»!... ¡Lladre!... ¡Tórnam la escopeta!... ¡Pimentó!... ¡Ladrón!... ¡Devuélveme la escopeta!...
Pero en las miradas de los jueces se notaba poco interés por este intruso alborotador que venía á turbar con sus protestas la solemnidad de las deliberaciones. Batiste, trémulo por la ira, balbuceó, no sabiendo cómo empezar su defensa, por lo mismo que la creía justísima. Había sido engañado; Pimentó era un embustero y además su enemigo implacable.
Siguió protestando contra la injusticia de los hombres, contra el tribunal, que tenía por servidores á pillos y embusteros como Pimentó. Alteróse el tribunal; las siete acequias se encresparon. ¡Cuatre sòus de multa! dijo el presidente. ¡Cuatro sueldos de multa!
Yendo en tan buena compañía, sus enemigos fingían no conocerle. Hasta algunas veces había visto de lejos á Pimentó, que paseaba por la huerta como bandera de venganza su cabeza entrapajada, y el valentón, á pesar de que estaba repuesto del golpe, huía, temiendo el encuentro tal vez más que Batiste.
Su hazaña de la taberna había modificado su carácter, antes pacífico y sufrido, despertando en su interior una brutalidad agresora. Quería demostrar á toda aquella gente que no la temía, y así como le había abierto la cabeza á Pimentó, era capaz de andar á tiros con toda la huerta.
Batiste se detuvo, lamentando en su interior no llevar consigo ni una mala navaja, ni una hoz, pero sereno, tranquilo, irguiendo su cabeza redonda con la expresión imperiosa tan temida por su familia y cruzando sobre el pecho los forzudos brazos de antiguo mozo de molino. Conocía á aquel hombre, aunque jamás había hablado con él. Era Pimentó. Al fin ocurría el encuentro que tanto había temido.
Estaba muy agradecida á Pimentó y á todos los de allá porque habían impedido que otros entrasen á trabajar lo que de derecho pertenecía á su familia. Y si alguien quería apoderarse de aquello, bien sabido era el remedio.... ¡Pum! Un escopetazo de los que deshacen la cabeza. La moza se enardecía; brillaban en sus ojos chispas de ferocidad.
Palabra del Dia
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