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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Batistet intentó disculparse ante su padre de este descuido. Cuando corría hacia la barraca, asustado por los gritos de su madre, había visto venir por el camino un grupo de hombres, gente alegre que reía y cantaba, regresando sin duda de la taberna. Tal vez eran ellos. El padre no quiso oir más... ¡Pimentó! ¿quién otro podía ser?

Los admiradores de Pimentó le hacían repetir el procedimiento de que se valía todos los años para no pagar á la dueña de sus tierras, y lo celebraban con grandes risotadas, con estremecimientos de maligna alegría, como esclavos que se regocijan con las desgracias de su señor.

El bandido le estaría mirando tal vez por algún agujero; tal vez preparaba su escopeta para dispararla traidoramente desde uno de los ventanillos altos; ó instintivamente, con esa previsión moruna atenta á suponer en el enemigo toda clase de malas artes, resguardó su cuerpo con el tronco de una higuera gigantesca que sombreaba la barraca de Pimentó.

Los domingos, si iba un rato á la taberna de Copa, donde se reunía toda la gente del contorno, era para mirar á los jugadores de truco, para reir como un bendito oyendo los despropósitos y brutalidades de Pimentó y otros mocetones que actuaban de gallitos de la huerta, pero nunca se acercaba al mostrador á pagar un vaso.

Pues esta era la verdad, aunque no podía presentar testigos. ¡Parecía imposible que los señores síndicos, todos buenas personas, se fiasen de un pillo como Pimentó!... La blanca alpargata del presidente hirió una baldosa de la acera, conjurando el chaparrón de protestas y faltas de respeto que veía en lontananza. Calle vosté.

Era una sobrina de Pimentó, hija de una hermana de Pepeta, la que decía esto; morenilla, nerviosa, de nariz arremangada ó insolente, orgullosa de ser única en su casa y de que su padre no fuese arrendatario de nadie, pues los cuatro campos que trabajaba eran muy suyos. ; podía mirar cuanto quisiera, que no vendría. ¿No sabían las otras á quién esperaba?

Vio á lo lejos, en la puerta de la taberna de Copa, á su enemigo Pimentó, con el porrón en la mano, ocupando el centro de un corro de amigos, gesticulante y risueño, como si imitase las protestas y quejas del denunciado. Su condena era un tema de regocijo para la huerta. Todos reían. ¡Rediós! Ahora comprendía él, hombre de paz y padre bondadoso, por qué los hombres matan.

Luego, pasando ante el matón, continuó su camino, volviéndole la espalda con una confianza despectiva. Pimentó, acostumbrado á que le temblase toda la huerta, se mostraba cada vez más desconcertado por la serenidad de Batiste. ¿Es la darrera paraula? le gritó cuando estaba ya á cierta distancia. ¿Es la última palabra? ; la darrera contestó Batiste sin volverse.

Fué esto un acuerdo tácito de toda la huerta; una conjuración instintiva, en cuya preparación apenas si mediaron palabras; pero hasta los árboles y los caminos parecían entrar en ella. Pimentó lo había dicho el mismo día de la catástrofe. «¡A ver quién era el guapo que se atrevía á meterse en aquellas tierras

Los hijos podían ir por la vega sin ser hostilizados, y hasta Pimentó, cuando encontraba á Batiste, movía la cabeza amistosamente, rumiando algo que era como contestación á su saludo.... En fin, que si no los querían les dejaban tranquilos, que era todo lo que podían desear. En el interior de la barraca, ¡qué abundancia! ¡qué paz!... Batiste se mostraba admirado de su cosecha.

Palabra del Dia

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