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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Sin embargo, tenía las mejillas acaloradas y junto a la raíz de los cabellos brillaban pequeñas gotas de sudor. La dejaron dormir hasta el anochecer. Pero vinieron algunas de las pocas personas a quienes se había comunicado el casamiento. Contra las súplicas de Raquel, su madre logró, al fin, despertarla. Ella, con un ademán de desesperación, sin abrir los ojos, pidió que la dejaran.
Por fin, cierta noche en los últimos días de enero, regresando Miguel a casa, le dijo el criado al entregarle la luz: Señorito, en su cuarto está un joven que ha venido ya otras veces a verle... Llegó en mangas de camisa y sin sombrero y me pidió por favor que le dejase entrar a esperarle... No sé si habré hecho bien... Me dijo que le había pasado una desgracia...
Sólo dos cosas hubo que no ensayase para buscarse el sustento: no pidió limosna ni robó.
Les pidió perdón por el mal involuntario que les había causado, les habló de su próximo fin, y, enlazándoles con sus brazos, acabó así: «Sed felices ahora que mi miserable vida no puede ser un obstáculo; sed felices ahora que voy a devolver a la tierra este corazón destrozado por la desesperación; sed felices y no tengáis remordimiento por los días que quizás aún la suerte me habría reservado, porque yo no podía esperar nada más agradable que esto que me es permitido legaros: un porvenir sin alarmas que podrá resarciros de las penas que os haya causado.
Acomodóse asimesmo de una rodela, que pidió prestada a un su amigo, y, pertrechando su rota celada lo mejor que pudo, avisó a su escudero Sancho del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese que más le era menester.
Despues confirió á Bolívar el poder ejecutivo, y este pidió permiso á Colombia para poder aceptarlo, pues, segun sus palabras en esta ocasion, reconocia monstruosa aquella autoridad é impropia de él.
Quintanar no preguntó por su mujer; no era esto nuevo en él; solía olvidarla, sobre todo cuando tenía algo entre manos. Pidió luz para el despacho, se sentó a su mesa, y separando libros y papeles, dejó encima del pupitre un envoltorio que tenía debajo del brazo. Era una máquina de cargar cartuchos de fusil.
Llegaban, sin duda, de alguna finca de los alrededores. Al pasar junto a la fuente, Beatriz no pudo reprimirse, e inclinado su cuerpo, pidió con el gesto a las mozas que la alargasen un cántaro. Luego, echando el velo hacia atrás y pegando su boca al barro humedecido, diose a beber como una zagala.
Pidió, pues, con instancia á D. Felipe la asistencia contra los infieles, enviando por embajador á la corte al Comendador Guimarán.
Gastó en gargantillas de todos colores, en sortijas, espejucos y alfilerones de todas hechuras, un dineral: todo lo ahorrado de sus soldadas y algo más que pidió a cuenta, afrontando valerosa las indignidades con que la apostrofaba su amo.
Palabra del Dia
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