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Cuando mamá ríe en Lara los chistes de la Valverde, el general los ríe también; y en el Español no aplaude a la Guerrerito hasta que mamá la aplaude. En política ambos están siempre de acuerdo. En lo único en que el general no conviene con mamá y le arma hasta acaloradas disputas, es cuando mamá pondera la elegancia, la discreción y la hermosura de otras señoras.

Y no dejaba de ser gracioso, que según el reglamento «concluída la lectura de cada artículo podrá cualquiera hacer las observaciones que guste», con lo que fácil es calcular que el salón de lectura se convertía en centro de las más acaloradas discusiones, que terminaban á veces de manera harto tumultuaria y hasta con la intervención de la autoridad.

Sin embargo, tenía las mejillas acaloradas y junto a la raíz de los cabellos brillaban pequeñas gotas de sudor. La dejaron dormir hasta el anochecer. Pero vinieron algunas de las pocas personas a quienes se había comunicado el casamiento. Contra las súplicas de Raquel, su madre logró, al fin, despertarla. Ella, con un ademán de desesperación, sin abrir los ojos, pidió que la dejaran.

Presenció en el seno de la Asamblea nacional disputas acaloradas, y encontró en los diputados unos hombres de talla común, que tenían el mismo prurito que los periódicos: la inmodestia de decir cada uno de propio, córam pópulo, lo que todos los demás les negaban: que eran lo mejorcito de la casa, y de lo poco que en virtudes cívicas, y hasta domésticas, se encontraba por el mundo.

Todas las horas de aquel día se le presentaban una a una tristes y sombrías; las decepciones que había sufrido, las esperanzas fallidas, las disputas acaloradas, hasta el abandono de Marcones. Y luego, lo porvenir. Esto era lo más negro. Dejar el bastón de alcalde que tantos años había empuñado con gloria, convertirse en un simple particular, en un quídam.

Pero he aquí que al entrar una de las veces en el vestíbulo escucha voces acaloradas de dos personas que disputaban con sobrada viveza. Eran dos caballeros, uno de edad madura, el otro joven. En torno de ellos había un grupo numeroso que escuchaba la discusión. Versaba ésta sobre los méritos de la obra. El viejo la atacaba: el joven la defendía.

Dicho paso acábalo de descubrir un hombre que, habiendo ido muy adelante, no podía retroceder, y avanzando siempre lo ha franqueado . De suerte que ya sabemos á qué atenernos. He ahí, pues, que han dejado de trabajar las imaginaciones acaloradas, y nadie tiene ganas de seguir sus huellas. Al decir lo inútil, referíame al objeto propuesto, esto es, crear una ruta comercial.