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Actualizado: 23 de noviembre de 2025
Pero había allí una mamá, la señora de Goyeneche, cuya hija alta, huesuda, era una notabilidad en el piano. Como es natural se la instó, se la suplicó con vehemencia para que hiciese feliz por algunos cortos instantes a la reunión.
Pero ese día, como que Ana se fatigase visiblemente de hablar, y Adela y Pedro estuviesen ensayando al piano una pieza nueva para Ana, Juan, un tanto airado con Lucía que se le mostraba dura, habló con Sol muy largamente, y se animó en ello, al ver el interés con que la enferma oía de labios de Juan la historia de Mignon, y a propósito de ella, la vida de Goethe.
En medio de este alboroto, oíanse las notas sueltas de un piano, martirizado en manos del afinador. Al día siguiente, hubo estruendo de baúles descargados, oficiosa actividad de lacayos, rodar tumultuoso de carruajes en la calle y en el portal inmenso, desnudo, vacío.
Era la esposa del conserje, que se había agregado poco antes al grupo de mujeres. ¡No vaya, señor! gritó, cortándole el paso . Lo han matado... acaban de fusilarle. Don Marcelo quedó inmóvil por la sorpresa. ¡Fusilado!... ¿Y la palabra del general?... Corrió hacia el castillo sin darse cuenta de lo que hacía, y se vió de pronto en el salón. Su Excelencia continuaba ante el piano.
Sentáronse los dos en el paseo, junto a las ventanas del salón. Había empezado en éste la improvisada fiesta. El piano sonaba incesantemente. Al principio del viaje nadie sabía tocar: el miedo al ridículo, la falta de trato, hacían fingir a todos una absoluta ignorancia musical.
Mesas cuadradas y redondas, de mármol, se hallan esparcidas acá y allá alternando con otras de tapete verde; junto a la pared corre un ancho diván de peluche rojo; en un ángulo destaca un piano de cola, y verdes jazmineros cuajados de florecillas blancas festonean las ventanas.
Es posible que yo no me batiese, aunque supiera batirme; como es posible que no ejecutase la Marcha fúnebre, aunque supiera ejecutarla; pero si alguien me pide alguna vez que ejecute esta marcha, yo no me voy a salir diciéndole que prefiero otra marcha más jovial, o que no me inspira simpatías la autonomía de Polonia, tierra del autor, sino, sencillamente, que no sé tocar el piano.
Quilito llevaba, a guisa de bandera, el faldón de don Raimundo, y gritaba: ¡Muera Schlingen! Susana Esteven repasaba al piano una sonata de Beethoven. Antes de salir a compras, en compañía de Angelita, su madre le había dicho: ¡Me atacas la cabeza, Susana, con esa sonata! Parece que tocas a ánimas o que llamas a misa.
Bien estaría la casita de los novios; pero no tanto cómo el chalet que ella tenía en lo alto de «su mundo»; y en cuanto al piano, por superior que fuera, ¿a que no sonaba tan bien como el suyo, cuando se ponía a tocarle después de dar un paseo por las tortuosas veredas de su paraíso, con «el arcángel» que se le custodiaba?
Más allá de estos corros femeninos en torno de las mesas de té, media docena de músicos, uniformados lo mismo que los camareros, agrupábanse sobre una tarima, alrededor de un piano de cola. Sus cabezas rubias de germanos y los arcos de sus violines destacábanse sobre los rectángulos luminosos de cuatro ventanas que cerraban la perspectiva.
Palabra del Dia
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