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Actualizado: 23 de noviembre de 2025
Comenzó á cortar algunas pequeñas ramas, aquellas que no hacían falta á los árboles, y mientras tanto soltó el torrente de su voz cantando una de las baladas del país. En Oviedo no podía cantar de aquel modo con todo el aliento de su pecho. ¡Siempre el horrible solfeo, el aburrido piano! En cuanto daba una voz más alta que otra ¡chut, chut, silencio!
Consulté mi reloj: eran cerca de las dos... Oía a la distancia los sonidos de un piano y el rítmico rozar de los danzantes... ¡Mis bodas! Me alisé el pelo, me ajusté la corbata, y, francamente, mi más grande satisfacción habría sido irme a tenderme en mi vieja cama y subirme la cobija hasta las orejas, en lugar de... ¡Brrr! En fin, ¿qué hacer? Me dirigí, pues, a los salones.
La voz tenue del piano, tocado en sordina, atrajo la curiosidad de Isidro. Mire usted, Fernando. La alemana, la mujer del director de orquesta, que se aprovecha de que no hay gente en el salón. Cerca de ella está su niño... ¿Qué toca? ¿Wagner?... No; eso lo conozco; es de Schubert: El rey de los álamos. Vea cómo mueve la boca.
El baile, más que baile, fue una serie de reverencias, pasos, evoluciones, y genuflexiones al compás de una música no mala, de algo como marcha, que el organista tocó en el piano con bastante destreza. Los niños, hijos de criados y familiares de la casa de Pepita, después de hacer su papel, se fueron a dormir muy regalados y agasajados.
Ella era una rubia, abultada y algo anémica, de ojos claros y gesto sentimental. En los días de fiesta pasaba largas horas ante el piano, evocando sus recuerdos musicales, siempre los mismos. Otras veces la veía Argensola por una ventana interior trabajando en la cocina, ayudada por su compañero, riendo los dos de sus torpezas é inexperiencias al improvisar la comida del domingo.
Oía sonar el piano lejos, muy lejos, como una musiquilla de liliputienses. «Ahora es Wagner pensaba ; eso lo conozco: Parsifal, "El encanto del Viernes Santo"... Ahora es Schubert: el "Quinteto de la Trucha". ¡Cosa graciosa!... Ahora... ahora...» Y no pudo reconocer nada más, porque dejó de oír la música.
Porque esta señorita de que ahora hablamos, es aficionadísima á la música, y si llegan sus padres á poder estirar algo la pierna, tiene piano y maestro de canto..... Es además muy lectora ¡mucho! y de admirable criterio moral y artístico..... Todo lo bello, todo lo elevado encuentra eco en su corazón, así como todo lo patético abundantes lágrimas en sus ojos.
¿Le gusta, don Camilo? preguntó dirigiéndose a su presunto novio. No... yo no entiendo mucho de eso, a mí me gusta mucho la zarzuela. ¿Has visto un imbécil igual? me dijo al oído Martín. Cállate repuso Valentina, te puede oír. Valentina se levantó del piano y se sentó a nuestro lado. Don Camilo, hombre de orden, se retiró temprano....
»Recordé la recomendación de su padre, y seguro de que estaría muy cerca velando por su hija, me levanté para ir a sentarme al piano. Con las puertas abiertas podía yo ver desde allí a Magdalena, que en medio de los cortinajes que servían de marco a su figura, parecía un cuadro de Greuze. Vi que me hacía una seña con la mano; púseme el papel delante y me preparé a tocar.
Aunque mi pensamiento no se preocupa desde hace algún tiempo de las pretensiones mundanas, confieso que en aquel momento habría tirado de buena gana, mi saco de noche. Fué menester determinarme, y cuando avanzaba, con el sombrero en la mano hacia la doble escalera que da acceso al vestíbulo del castillo, el piano se interrumpió de pronto.
Palabra del Dia
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