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Yo te lo voy a enseñar bien a usted, patrón le decía. Tiene tiempo respondía Cooper. Pero en esos días abrumadores la visita de Fragoso avivando el recuerdo de aquello Cooper le entregó su perro a fin de que le enseñara a correr. Corrió, sin duda, mucho más de lo que hubiera deseado el mismo Cooper.

La gente, lanzando gritos de guerra y exterminio, le iba estrechando por ambas partes de la calle. La situación del perro forastero era verdaderamente angustiosa, las piedras llovían sobre él dando muchas veces en el blanco, y el enorme sable del cuadrillero Cachucha centelleaba herido por los rayos del sol, amenazándole de muerte.

, señor; pero hay que pasar por la casa del carbonero, que tiene salida á la otra calle. Bien; por ahí saldremos. El coche espera en las afueras del portillo de Gilimón. Los hombres que yo he traído están en la tienda. Que entren, y saldremos todos por esa otra calle. Pocos momentos después salían todos, incluso el perro de las Porreñas, á quien Clara no quiso abandonar.

Un gran perro gris estaba extendido cerca de él y amo y perro parecían dormir. Sin embargo, la mano del hombre tenía cogido el collar del perro como para contenerle. El mastín de la granja, envalentonado por aquella inmovilidad, ladró con furia y enseñó los dientes. ¡Es increible! dijo Bobart en voz alta. ¡Un borracho en el mismo sitio que ayer. Parece que le han tomado afición!

El perro y el caballo. En breve experimentó Zadig que, como dice el libro de Zenda-Vesta, si el primer mes de matrimonio es la luna de miel, el segundo es la de acibar. Vióse muy presto precisado á repudiar á Azora, que se habia tornado inaguantable, y procuró ser feliz estudiando la naturaleza.

Todas aquellas cabezas, eminencias de la ciencia manilense, medio hundidas en sus mucetas de colores, todas las mujeres que allí acudían por curiosidad y que años antes le miraban, si no con desden, con indiferencia, todos aquellos señores cuyos coches, cuando muchacho le iban á atropellar en medio del barro como si se tratase de un perro, entonces le escucharían atentos, y él les iba á decir algo que no era trivial, algo que no ha resonado nunca en aquel recinto, se iba á olvidar de para acordarse de los pobres estudiantes del porvenir, y haría la entrada en la sociedad con aquel discurso...

Un individuo que venía a Madrid en diligencia, entró en una posada a las doce del día y preguntó: ¿Cuánto vale la comida? Doce reales. ¿Y la cena? 45 Ocho. Pues déme Vd. de cenar. ¿Qué tienes José? ¡Estoy desesperado! ¿Por qué? 50 Se me ha perdido el perro. ¿Y por eso te desesperas? ¡Ya lo creo! Y te juro que si no aparece, le mato. En una posada. Un turista inglés pide liebre.

Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y sintiólo su amo, asió de una vara de medir, y salió al loco y no le dejó hueso sano; y cada palo que le daba decía: ''Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro? Y, repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña.

Mientras las observaciones de Sánchez fueron simplemente visuales, las cosas no pasaron de ahí; pero cuando quiso poner en práctica algunos medios de cerciorarse del instinto y los sentidos del perro, éste comenzó claramente a demostrar su desabrimiento. Clavel, ven aquí. Ve a mi cuarto y tráeme los otros. ¡Que si quieres!

El perro recordó que ya había visto aquella cara en otra parte, pero no quiso dar su brazo á torcer ni confesar que se había equivocado, y siguió ladrando, aunque sin gana y por compromiso. ¿Qué es eso, Canelo?... ¿Te olvidas de los amigos?... Guau, guau, guau. ¿Dónde dejaste á tu amo, Canelo? Guau... guau. ¿Venís de caza, Canelo? Guau...