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Actualizado: 12 de junio de 2025


El muchacho, que había sufrido con harta impaciencia que le asease la doncella, permitió ahora muy complaciente que su hermana le desasease, y acercando a ella los labios, le preguntó bajito: Di, ¿me quieres, mona? La niña volvió a tirarle de los pelos y a sobarle la cara en fe de eterno cariño. ¿A quién quieres más, a o a Tita?

Que cada cual haga lo que quiera». Pero a pesar de esto, la esposa no se marchó. Al tercer día, en medio de la reserva y huraño silencio que entre ambos cónyuges reinaba, empezó Maxi a soltar una que otra palabra; luego ya no eran palabras, sino frases, y tras las cláusulas frías vinieron las tibias. Por fin se permitió algún concepto jovial. Al quinto día se sonreía mirando a su mujer.

Aunque destinó la primera compañía al Zanjon, la segunda á Lujan y la tercera al Salto, no les permitió destino fijo, queriendo que siempre estuviesen en movimiento.

Cuando el estado de la infeliz lo permitió, la llevaron, reclinada en una silla, al lado de la ventana, desde donde podía ver el colegio y la entrada del hotel. Trazaba a menudo agradables planes para el porvenir, en un imaginario hogar campestre. Incluso parecía que el pueblo le había caído en gracia; pero es de notar que el porvenir que bosquejaba era tranquilo y apacible.

Interrumpió ella su contemplación del panorama al sentir los labios de Ferragut que intentaban acariciar su cuello. ¡Quieto, capitán!... Ya sabe usted lo que hemos convenido. Recuerde que he aceptado su convite con la condición de que me dejará en paz. Permitió que el beso se pasease por su mejilla, llegando hasta su boca. Esta caricia estaba ya aceptada: tenía la fuerza de la costumbre.

Estas palabras, que repentinamente cambiaban de un modo tan radical la situación, dejaron atónitos a mis amos; después una viva alegría sucedió a la anterior tristeza, y, por último, cuando la fuerte emoción les permitió reflexionar sobre el engaño, me interpelaron con severidad, reprendiéndome por el gran susto que les había ocasionado.

Hicieron la demanda, algo como la primera figura de la cuadrilla con mucho garbo y donaire, rivalizando ellos en gravedad y ellas en sonrojo y vino el alegre que permitió a un aficionado, mientras las dos parejas valsaban, lanzar su nota quejumbrosa: Las estrellas en el cielo forman corona imperial. Mi corazón por el tuyo y el tuyo ¡no por cuál!

Por fin consiguió que su hija le siguiese, y aquella noche no la permitió volver al colegio. «Aquí no hay más madres que yo» dijo don Luis y desde entonces se consagró al cuidado y educación de su hija, sin perder por eso su desmedida afición a la cosa pública.

Claro está que al derribarse la casa antigua fueron echados a la calle los servidores jubilados, y entre ellos Manuela. En vano intentó ver a la duquesa. El mayordomo, un burgués en canuto, más aristocrático y orgulloso que el amo a quien sisaba, no permitió que se acercase a la señora. Manuela comenzó entonces a subir esa calle de la amargura que se llama miseria.

La sorpresa no permitió a la señorita de Penáguilas usar de la palabra cuando Teodoro, depositando cuidadosamente su carga sobre un sofá, le dijo: Aquí la traigo... ¿qué tal?, ¿soy buen cazador de mariposas? El nuevo mundo Retrocedamos algunos días. Cuando Teodoro Golfín levantó por primera vez el vendaje de Pablo Penáguilas, este dio un grito de espanto. Sus movimientos todos eran de retroceso.

Palabra del Dia

rigoleto

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