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Señora contestó el Comendador: si no creyese que cumplo un deber imperioso viniendo hasta aquí, no hubiera venido. Cuando penetro furtivamente en esta sala, es porque tengo razones suficientes para ello. ¿Qué razones alega V. para venir á turbar mi reposo? El interés que me inspira un ser á quien me une estrechísimo lazo.

Hay también los duelos famosos, entre otros el de Ricardo Becerra y Carlos Holguín, dos de las cabezas más brillantes y dos de los corazones más generosos que tiene Colombia; la política los llevó al terreno, la sangre corrió... pero el rencor no penetró en las almas tan hechas para comprenderse, Holguín, jefe de una de las secciones más importantes del partido conservador, acaba de representar a su país en varias cortes europeas, con dignidad, brillo y talento.

La luz de una linterna penetró en el interior. Quevedo miró profundamente al bulto que estaba pegado al brazo que tenía la linterna. Pero nada vió más que el bulto.

Al anochecer, bajó con la cena para la presa, y abriendo la puerta penetró en el lóbrego aposento. Por el pronto no vio a Mauricia, que estaba acurrucada sobre unas tablas, las rodillas junto al pecho, las manos cruzadas sobre las rodillas, y en las manos apoyada la barba. «No veo. ¿Dónde estásmurmuró la coja sentándose sobre otro rimero de tablas.

Fué como esas súbitas catástrofes que hieren mortalmente los corazones, originando suicidios, tragedias y otros lamentables casos. Una mano penetró en el escaparate, por la parte de la tienda, y cogiendo á la señora por la cintura, se la llevó dentro.

Sin saber lo que se hacía, con esa ciega confianza que los niños tienen en mismos, empujó la puerta y penetró en la estancia. Acercose silenciosamente a la señora, y echándose repentinamente sobre su regazo, le dijo, clavando en ella una mirada de tímido afecto: Dame un beso, madrina. La dama se estremeció.

D.ª Robustiana se alejó en la oscuridad. El capitán se dirigió á tientas á uno de los rincones, tomó otro fusil y salió al portal. De allí penetró en la gran cocina de los jornaleros, abrió con sigilo la puerta de la huerta y entró en ella.

Sea lo que fuera, sus pensamientos se fueron volviendo tan absorbentes que dejó de tejer y su cabeza se inclinó suavemente sobre su pecho como si sus ojos se hubieran cerrado para mirar más profundamente dentro de misma. Mientras estaba sumida en sus meditaciones, un hombre atravesó el agujero de la cerca y penetró en el sendero. Se detuvo y lanzó una mirada casi indiferente al jardín.

Las hermanas de Lorenzo llevaron los pañuelos a los ojos y en medio de un silencio de sollozos el padre de aquél se dirigió pausadamente hacia el escritorio en el que penetró despacio... ¡Sólo usted... sólo usted es capaz de este sacrificio! Qué sacrificio, señora, si Lorenzo es para un hermano. Y usted es para un hijo desde hoy.

Llega la noche señalada, empujo la mampara de la Academia y penetro en el salón de sesiones. Una muchedumbre de trece a quince personas invade el local destinado al público. Los académicos suelen estar aún en mayor número, llegando algunas veces a ocupar casi todos los bancos delanteros. Pérez ha comenzado ya su discurso.