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Penetré de nuevo en el portal, con gran repugnancia y miedo. Encendí otro fósforo y eché una mirada oblicua á mi víctima, con la esperanza de verle alentar. Nada; allí estaba en el mismo sitio, rígido, amarillo, sin una gota de sangre en el rostro, lo cual me hizo pensar que había muerto de conmoción cerebral. Busqué el sombrero, metí por él la mano cerrada para desarrugarlo, me lo puse y salí.

»Afortunadamente la reacción fue tan rápida, como el golpe. Con semblante tranquilo y disimulando mi tristeza, subí la escalinata y penetré al salón. »Al verme, se levantaron los dos. Besé a mi hija en la frente, y estreché la mano a Amaury. » ¡Hijos míos! Soy portador de una nueva bastante desagradable les dije.

Entré en la litera, y cerrando las cortinas de seda escarlata bordadas de oro, escoltado por los cosacos, penetré en la vieja Pekín, por su puerta babélica, en medio de una turba tumultuosa, entre carretas, caballeros mongólicos armados de flechas, bonzos de túnica blanca, marchando uno a uno, y largas filas de dromedarios balanceando cadenciosamente su carga. Al poco rato la litera se paró.

De noche se cierran todas las aberturas para que no penetre en la habitación el frío exterior. Abuelos, padres é hijos duermen todos en una especie de armario con tablas cuyas cortinas se cierran de día, y en el cual, durante el sueño nocturno, se acumula un aire denso y mucho más impuro que el del resto de la cabaña.

Penetré allí hacia media noche por una ventana un poco alta y de un acceso bastante difícil a cuyo alrededor había, lo recuerdo, algunos bejucos y jazmines y clemátides que esparcían por la noche un olor exquisito, no si fue aquel olor un poco capitoso, o la impresión nueva para de aquella habitación personal... pero debo confesaros que aquella noche estaba menos resignado que nunca a los, escrúpulos inhumanos que se me oponían... Aquélla fue una escena dolorosa que no recuerdo sin avergonzarme...

E inmediatamente atravesé corriendo un largo pasadizo y penetré por primera vez en una pieza de regular tamaño enteramente atestada de estantes verdes cubiertos de libros reunidos entre ellos por los tenues hilos de una multitud de telarañas.

Eran las diez de la noche, cuando me presenté al conserje de la Academia y le pedí las llaves del anfiteatro para recojer unos instrumentos que había yo dejado olvidados. El conserje me las franqueó en seguida y hasta ofreció acompañarme, pero yo le dispensé esa molestia, y penetré solo en el salón.

Pero el mío muele rico trigo candeal y produce harina blanca superior... Vamos a ver, ¿no es una satisfacción observar cómo esos dos hombres se han conocido perfectamente? ¿No es puro y legítimo el deseo de que la luz penetre en los espíritus?

Y, bien agarrado de un pasamanos de hierro, seguí subiendo, subiendo, subiendo... Para distraerme me puse a contar los escalones... Al pasar de los quince mil perdí la cuenta y me sentí un poco mareado... Mas estaba tan contento que pude llegar hasta el final de aquella nueva escala de Jacob. Terminada la escalera interminable, penetré como por escotillón en una ancha pieza cuadrada.

Le vio casi tendido en la negra barca, y el choque del agua contra el mármol de los palacios resonó en su imaginación como las trompas plañideras y espeluznantes del entierro de Sigfrido, y le pareció contemplar al héroe de la Poesía marchando al Walhalla de la inmortalidad y la gloria, sobre un escudo de ébano, inerte como el joven héroe de la leyenda germánica: seguido por el lamento de la humanidad, pobre prisionera de la vida que busca ansiosa un agujero, un resquicio por donde penetre el rayo de belleza que alegra y conforta.