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Actualizado: 19 de julio de 2025
Y el marqués, poniendo su diestra en un hombro del desconocido, parecía agradecer la tristeza que se reflejaba en su rostro. La llegada a la casa de Gallardo fue penosa. Sonaron adentro, en el patio, alaridos de desesperación. En la calle gritaban y se mesaban los pelos otras mujeres vecinas y amigas de la familia, que creían ya muerto a Juanillo.
¡Hasta que se forme una liga de los que tienen que perder! ¡Cada día un meeting! Estoy de manifestaciones pacíficas hasta por cima de los pelos. ¡Calle Vd., hombre, por Dios! Eso no es compatible con el gobierno. ¡En tiempo de don Ramón y don Leopoldo no había mitins! Esto se va. Pues yo creo que el Rey gana simpatías. ¿Qué ha de ganar, hombre? ¡Si es extranjero!
Esta habíase vuelto completamente buena y me juraba que tomaría el tren del día siguiente para tornar al redil; yo sentíame feliz y orgulloso de haber realizado una buena acción; cierto que estaba a medios pelos y que consideraba al universo con indulgencia. Notaba en mí una imprevista juventud. He de advertirle que no fuí nunca joven.
Ciertos viejos de aire magistral batían palmas ante un grupo de diablillos color de chocolate con pinceles de pelos sobre las orejas, que aprendían a bailar, moviendo grotescamente los pies y los brazos, agitando su panza con salvajes contorsiones.
Si he hecho yo en mi vida más almuerzos de obreros que pelos tengo en la cabeza... Hemos encendido la lumbre en la casa de la vecina. Allá está doña Fuensanta; pero va a salir a la compra, y si usted hiciera el favor...
Consideraba como una salvación poder marchar incesantemente. El frío de la altiplanicie había penetrado hasta sus huesos, dejándole yertos los brazos. En torno de su boca el aliento se convertía en escarcha. Los pelos de su bigote y de su barba se habían engruesado con una costra de hielo. Todo el calor de su vida parecía concentrarse en su cabeza y sus piernas.
Baste decir que es simpático, y, aunque sin afeminación ni dandysmo, cuidadoso de su persona, tanto que se ha preocupado mucho de cómo debe llevar repartidos los pelos en el rostro quien se consagra a perfecto amante.
Una vez nos dejó con la boca abierta contándonos la fiesta de la coronación de Bonaparte, con todos sus pelos y señales, y otra vez nos puso los cabellos de punta refiriendo la más famosa batalla de las muchas en que se había encontrado.
Ni podía ser de otra suerte. ¿Qué de comentarios no harían aquellos señores después que él saliese por la puerta? ¿Cuántos chistes no se le ocurrirían al cura acerca de su persona? Se le ponían los pelos de punta de pensar en ello. La idea, pues, de marcharse era de todo punto inadmisible. Más valía seguir haciendo experimentos acústicos con la copa de cristal.
Almudena ponía toda su alma en su voz, y con la lengua hablaban todos los pliegues movibles de su cara, y hasta los pelos de su barba negra. Todo era signos, jeroglífico descifrable, oriental escritura que los oyentes entendían sin saber por qué.
Palabra del Dia
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