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Actualizado: 19 de julio de 2025
La especial contextura de aquel infatigable guerrero, su alta y amplísima cavidad torácica; sus anchos y elevados hombros; sus cargadas espaldas; su cráneo característico; su ángulo facial, típico en la casa de Austria; la depresión de la boca; la prominencia de la barba por el descompasado avance de las mandíbulas: todo se apreciaba exactamente, y no en esqueleto, sino vestido de carne y cubierto de una piel cenicienta, ó más bien parda, en que aun se mantenían algunos raros pelos de pestañas, barbas y cejas y del siempre atusado cabello.....
La que no tiene flor se pone entre los pelos cualquier hoja verde y va por aquellas calles vendiendo vidas.
Vamos, explícate: ¿confesó que le era simpática?... ¡El siempre le echa unos ojos!... Carmen, obligada a responder, torpe y confusa, dijo sencillamente. Me ha dicho que no piensa casarse nunca. La señora, descompuesta en un instante, bramando de furor, alzó los brazos sarmentosos sobre la cabeza de la niña. Luego se tiró de los pelos.
¡Y había que continuar el viaje!; ¡y cuanto más se anduviera, mayor altura se ganaría, y mayores, por consiguiente, serían los rigores de la intemperie! Con estas reflexiones, se le erizaban a don Simón los pocos pelos que tenía. Cuando acabó de vestirse salió en busca de su gente; pero se extravió en un laberinto de salones y pasadizos desmantelados y sin orden ni concierto.
Salvatierra aceptó la invitación, ya que ésta no contrariaba su sobriedad ascética, único lujo de su vida. «Vamos a ver los caballos». No le interesaban gran cosa, pero agradecía el buen deseo de aquella gente sencilla, ansiosa de mostrarle lo mejor de la casa. Atravesaron el patio, bajo el azote de la lluvia, seguidos por algunos perros que sacudían el agua de sus pelos lacios.
Cuatro años habían pasado desde la introducción de mi primo en la sociedad: habíale perdido ya de vista, porque yo hago con el mundo lo que se hace con las pieles en verano; voy de cuando en cuando, para que no entre el olvido en mis relaciones, como se sacan aquellas tal cual vez al aire para que no se albergue en sus pelos la polilla.
Su estatura era alta, mas no arrogante; su cabeza calva, crasa y escamosa, con un enrejado de pelos mal extendidos para cubrirla. Por ser aquel día domingo, llevaba casi limpio el cuello de la camisa, pero la capa era el número dos, con las vueltas aceitosas y los ribetes deshilachados.
Accedieron sus bienhechores a la demanda. Y Sinforoso se hizo al cabo columna del Estado en vez de la Iglesia, como deseaba el Perinolo. Mientras siguió la carrera de leyes con sobresalientes y premios al principio, notables después y aprobados al fin, emborronó algunos articulejos en los diarios de Lancia. Con esto se creyó en el caso de dejar crecer los pelos y ponerse lentes sobre la nariz.
Casado con ella, vivió con tanta pompa y decoro, dando comidas y saraos y paseando en quitrín, acompañado de su mujer, tan ricamente vestida que parecía la reina de Saba, que se empeñó, hipotecó los predios urbanos y rústicos y acabó por tener más deudas que pelos en la cabeza.
Le pedían que volviese, como si su presencia, siendo milagrosa, pudiera sujetar las fuerzas naturales. Entró en la Presa con un frío glacial. Volvió á enfundarse en un gabán de chófer con los pelos afuera que había usado siempre en los días rudos del invierno. La población estaba casi desierta. Las casas de madera, que eran las más fuertes, tenían cerradas puertas y ventanas.
Palabra del Dia
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