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Actualizado: 19 de julio de 2025


¡Buen romanticismo nos Dios, señor don Alejandro! ¡Romántico un lance de una realidad tan tremenda, que todavía me pone los pelos de punta cuando le recuerdo en toda su imponente sencillez! ¿Los pelos de punta, eh?

No, no, si es el Provisor déjele usted que entre, que quiero matarle yo mismo.... ¿Quién llora ahí? Es su hija de usted. ¡Ah grandísima hipocritona, si me levanto, mala pécora! la que mata a su padre de hambre, la que echa cuentas de rosario y pelos en el caldo, la que me echa en las narices el polvo de la sala, la que se va a misa de alba y vuelve a la hora de comer... ¡infame, si me levanto!

Acababa de llegar en su litera, llevada por cuatro esclavos, la esposa masculina del Gran Tesorero de la República: un varón bajo de estatura, cuadrado de espaldas, barrigudo, y que asomaba su barba de pelos recios entre blancas tocas. ¡Ojo con lo que cae! gritó otro barbero al limpiar su guadaña.

Aún le clavaron un tercer par, y su cuello quedó carbonizado, esparciendo en el redondel un hedor nauseabundo de grasa derretida, cuero quemado y pelos consumidos por el fuego. El público siguió aplaudiendo con vengativo frenesí, como si el manso animal fuese un adversario de sus creencias e hicieran obra santa con este abrasamiento.

El joven Telémaco no vacilaba en sus venganzas. De pequeño interrumpía sus diversiones para «trabajar» en el recibidor, junto al perchero vecino á la puerta. Y el pobre catedrático encontraba abollado su sombrero de copa, con los pelos en desorden, ó salía llevando en las haldas del gabán varios salivazos.

Consistía en ir expresando con pelos pegados en la superficie superior del cristal todas las líneas del dibujo que debajo estaba, tarea verdaderamente peliaguda, por la dificultad de manejar cosa tan sutil y escurridiza como es el humano cabello.

La amplia barba de un rojo obscuro descendía hasta el mamotreto que tenía en sus manos, extendiendo el serpenteo de los pelos entre las columnas de cifras escritas a máquina. En una silla inmediata estaban apilados con irregularidad otros legajos, a los que llevaba la mano de vez en cuando para hacer compulsas.

Y se arrancaba con rabia un puñado de ellos. «Tantos pelos tiene en el alma como en el cuerpodecía de él el capellán del colegio con sorda cólera. No estamos conformes con este juicio. Marroquín era un pobre diablo, no exento de las pasioncillas que atormentan a los humanos, tales como la envidia, la lujuria, la gula, pero no en más alto grado que la mayoría de ellos.

No soy un rayo de la guerra, pero, en fin, he hecho lo que he podido... Pues bien, usted me creerá, si quiere, señor cura, al oír la imponente voz del rey del desierto comprendí estas palabras del Profeta: «Se estremeció mi alma y los pelos de mi cuerpo se erizaronHelado de espanto e incapaz de hacer un movimiento ni de pedir socorro, creía ya sentir los dientes de la fiera cuando desde una ventana abierta me gritó una voz: Baje usted la cabeza.

Pero, alma de Dios repuso la otra , si aún no hemos cumplido los veinte años, y no hace uno que andamos por el mundo, ¿cómo hemos de conocerle con tantos pelos y señales? ¿Qué sabes todavía cuál es bueno ni cuál es malo, tratándose de hombres y de mujeres?

Palabra del Dia

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