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El Gloria debía conducir á la madre patria gran número de sus valientes hijos, que después de haber peleado como buenos en las aguas de Joló, iban con la alegría pintada en la cara en busca de las azules ondas de las castellanas playas.

Cerrando el glorioso desfile, casi a ras de los muebles, estaban los últimos Febrer de principios del siglo XIX, oficiales de la Armada, de cortas patillas, rizos sobre la frente, alto cuello con anclas de oro y negro corbatín, que habían peleado en el cabo de San Vicente y en Trafalgar; y tras ellos el bisabuelo de Jaime, un viejo de ojos duros y boca desdeñosa, que al volver Fernando VII de su cautiverio en Francia se había embarcado para prosternarse a sus pies en Valencia, pidiendo con otros grandes señores que restableciese los usos antiguos y exterminase la naciente plaga del liberalismo.

Los hombres cuyos padres y hermanos habían peleado como leones en Crécy y Poitiers y visto estrellarse lo más florido de la caballería europea contra los muros de hierro que formaban los plebeyos disciplinados de Inglaterra, no concebían que un gran señor pudiese infundirles temor y mucho menos respeto. El poder había cambiado de manos.

El joven elegante, admiración y orgullo de la mamá, olía a vino, y con palabrotas de las más soeces explicaba lo que acababa de ocurrirle. Nada; una cosa de poca importancia. Se había peleado con un amigo, dándose de bofetadas y palos en medio del puente del Real cuando iban a la feria a última hora.

Pero el que más se desesperaba era el barbero, cuya bacía, allí delante de sus ojos, se le había vuelto en yelmo de Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le había de volver en jaez rico de caballo; y los unos y los otros se reían de ver cómo andaba don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablándolos al oído para que en secreto declarasen si era albarda o jaez aquella joya sobre quien tanto se había peleado.

¡Qué viciosos sois! dice; ¡tan de mañana y ya al juego! ¡A ver, á ver! ¡Tonto! ¡arrastra con el tres de espadas! Y cierra su libro y se pone tambien á jugar. Se oyen gritos, resuenan golpes. Dos se han peleado en el vecino cuarto: un estudiante cojo muy picon y un infeliz recien llegado de provincias.

En Cabo de Palos se supo de unos jeques de alarbes que vinieron á ofrecerse de servir contra los turcos, como Dragut quedaba en los Gelves con 400 caballos y hasta 1.500 hombres de pie entre turcos y moros, y quél era el que había escaramuzado con los nuestros al agua, y el que había hecho el daño en la gente de las ocho galeras, y quel día antes que llegasen nuestras galeras había peleado con la gente de la isla, al paso, y roto y muerto muchos moros gervinos, y robado y quemado los casales y haciendas de los que no eran de su parcialidad.

Yo, tío, no lo . El mal ha venido de súbito. La criada, que me trajo la carta de Clarita, dijo que su ama cayó enferma como herida por un rayo; que eso es verdad, la señora estaba delicada, pero que al fin lo pasaba regular, como casi todos, cuando de repente, cual si hubiera tenido alguna aparición de los malos y hubiera peleado con ellos, cayó en tal postración, que ha sido menester ponerla en la cama, donde está aún con calentura.

El capitán Pablo había pasado medio año sin escribir a su amigo, pero ocupándose todos los días de sus asuntos. Había peleado con los más feroces usureros de la isla, insultando a unos, venciendo a otros en astucia, valiéndose de la persuasión o de la bravata, avanzando dineros para satisfacer los créditos más urgentes, cuyos tenedores amenazaban con el embargo y la venta.

Pues yo digo que el valor no da experiencia, y que sin experiencia nadie sabe mandar. ¡Coronel del Ejército con veinticuatro años de edad! Yo lo fui a los cuarenta, después de haber estado en el Rosellón, en América, en Portugal; y no gané la faja de general sino de vuelta del Norte con la Romana y de haber peleado en la guerra de la Independencia.