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Todo ello viene en derechura del sur de Francia, donde hemos hecho la última campaña. ¿Cuándo esperáis ganar vosotros la centésima parte de ese botín? Rico es, á fe mía, dijo el sacamuelas. Y luego, la posibilidad de embolsarse un buen rescate. ¿No sabéis lo que pasó hace pocos años en las batallas de Crécy y de Poitiers?

Pero entonces como después seguía siendo el canciller De Chandos honra y prez de la nobleza del reino, una de sus mejores lanzas y el más respetado de sus caballeros, el héroe de Crécy, Chelsea, Poitiers, Auray y de tántos otros combates como años contaba su larga y gloriosa vida. ¡Ah, por fin os encuentro, corazón de oro! exclamó Chandos abrazando estrechamente al barón de Morel.

Era imposible no reconocer desde luego á Eduardo III, el invasor de Francia y conquistador de la Normandía, al vencedor de Crécy, uno de los más brillantes guerreros entre los muchos y muy esforzados que habían regido al pueblo anglo-sajón.

Los hombres cuyos padres y hermanos habían peleado como leones en Crécy y Poitiers y visto estrellarse lo más florido de la caballería europea contra los muros de hierro que formaban los plebeyos disciplinados de Inglaterra, no concebían que un gran señor pudiese infundirles temor y mucho menos respeto. El poder había cambiado de manos.

Seis años de paz tenían impacientes á millares de veteranos que habían participado en las jornadas de Crécy, Nogent y Poitiers y para quienes no existía perspectiva más risueña que la de invadir el territorio de Francia ó España, mandados por el hijo de su soberano, el famoso Príncipe Negro; y de uno á otro mar sólo se hablaba de aprestos bélicos, de reclutamientos y de concentración de fuerzas en los puntos de antemano señalados.