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Todavía no estaban abiertas las tiendas... Esperaría a que se levantase la señora... Insistió Lita... Y entre niña y niñera entablose una tremenda disputa, de la cual resultó llorando la niña... Al oírla, su mamá, que dormía en el cuarto contiguo con el oído siempre despierto, se apareció envuelta en elegantísimo peinador de blondas.

Por la mañana se había presentado en el cuarto de su sobrina, á la que había encontrado en peinador, ocupada en peinar sus admirables cabellos rubios. La joven sin más que mirar el aire de su tía, presintió complicaciones graves y se dispuso á hacerlas frente.

Caído al pié de una silla había un peinador de batista, y medio ocultas por sus huecos pliegues unas botitas de raso negro con pespuntes blancos. Puesto en el borde de una mesilla que sostenía algunos libros ricamente encuadernados, se veía un espejo de mano con mango de marfil. Era el amigo más íntimo, el abogado consultor de la niña, el que decidía sin apelación del efecto de los peinados.

Al comienzo de nuestras relaciones he visto á Lea en peinador de seda, con unos zafiros de veinte mil francos en las orejas, almorzando unos arenques en una mesa sin mantel, en un plato desportillado y con vino de champagne bebido en tazas de cocina. El orden, el decoro de la vida eran letra muerta para ella. Lo importante, lo que ella satisfacía ante todo, era su capricho.

La noticia de mi llegada, a pesar de la prudencia con que se le comunicó, le había causado una sacudida muy viva. Cuando al otro día me fue permitido entrar en su habitación, encontré a la enferma acostada en un sofá, envuelta en un ancho peinador que disimulaba la exigüidad de sus formas y le prestaba aspecto de mujer.

Puede salir del paso con el peinador de muselina y los zapatos de raso, si encuentra en el vestíbulo un sombrero, sus zuecos de jardín y el gran chal escocés que se pone los días de lluvia para manejar. Entreabre su puerta con infinitas precauciones; todos duermen en el castillo; deslízase a lo largo de las paredes, a través de los corredores, y baja la escalera.

Costábale trabajo resolverse, y permanecía refugiada en el rojo dosel de la cortina, cruzando las manos sobre el peinador de percal blanco, que rayaban con doble y largo trazo, como de tinta, sus sueltas trenzas.

Se levantó, se puso apresuradamente un peinador blanco, y abriendo la puerta, escuchó en efecto quejidos que partían del cuarto de su padre. Corrió hacia él. Juan estaba inclinado sobre el lecho. ¿Qué hay? interrogó ansiosa, en voz baja. Al oír su voz el joven se estremeció y contestó sin volverse: Sufre... no lo encuentro bien... todavía no ha tenido un momento de descanso.

Así se hace, ¡canástoles! Pues mira: ya, por lo poco que falta, no lo echemos a perder con una mala tentación. Firmes con ella si acomete, ¿eh? Se oyó la risa franca de Nieves muy cerquita de la puerta, que a poco rato se abrió dando paso a la sevillanita envuelta en un blanco y holgado peinador, con toda la espesa y fina mata de su pelo rubio dorado tendida sobre la espalda.

No tiene a mano sino un traje de baile y un peinador de muselina, babuchas con tacón y zapatos de baile de raso celeste. ¿Qué hacer? Despertar a su camarera, nunca se atrevería... y además el tiempo urge... ¡las cinco menos cuarto! El regimiento sale a las cinco.