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Actualizado: 4 de junio de 2025
¿Por qué? Las mamás pegan siempre más que los papás afirmó sentenciosamente Enrique. Miguel calló unos instantes y al fin dijo: Si me pegase, le pegaría a ella papá. Enrique no quiso insistir. En esto cruzaron el patio y entraron en la cochera.
Di que te gustan los señoritos, bueno... yo no me meto en eso; pero no vengas quitando el crédito a los rapaces de tu igual... Se emborrachan, los que se emborrachan... Más de un señorito y mas de dos he visto yo venir como cabras para su casa... Y pegan a sus mujeres, también los que pegan... Si ellas no tuvieran la lengua larga, no las llevarían la mitad de las veces... Atiende; y don Ramón el maestro de música cuando llegaba a casa por la noche ¿daba bizcochos a su mujer?
»Cuando venga usted verá que se ha sacado todo el partido posible del deteriorado palación, y que no pegan del todo mal, después de las reparaciones hechas en él, aunque de prisa y corriendo y con los pocos y malos elementos que aquí hay, el piano y los demás muebles, trapos y cachivaches que usted me ha ido remitiendo, en los lugares que ocupan, según sus minuciosas instrucciones.
No me acuerdo de ellos respondió María ; ¿eran aquellos del país donde florecen los naranjos? Esos no pegan aquí, donde se han secado por no bastar a su riego las lágrimas de fray Gabriel.
En un instante se formó ese vacío trágico que se extiende entre los que huyen y los que pegan, viéndose en el suelo gorras abandonadas y el negro bulto de un hombre caído intentando incorporarse sobre las manos, con la frente roja. Las mujeres eran las que menos corrían. Algunas deteníanse con los brazos en jarras, soltando por la boca todas las injurias de su exaltada imaginación.
Pilar se cubrió la cara con su pañuelo. ¡Mala lengua! decía Gregoria. ¿Quién había de creer esto de usted? exclamaba con dramático acento Esteven. Esto es una vergüenza decía Pablo. Y entonces, dominando el tumulto, se alzó de nuevo la voz de Casilda, para arrojar a la cara de su cuñado esta palabra: ¡Ladrón! Si a Pilar no se le ocurre desmayarse, se pegan.
Esto lastimó el amor propio de Olmedo más que si su amigo le hubiera llenado de insultos, porque todo lo llevaba con paciencia menos que se le rebajase un pelo de la graduación de perdis que se había dado. Le supo tan mal la indulgencia de Rubín, que salió tras él hasta la puerta, diciéndole entre otras tonterías: «¡Valiente hipócrita estás tú... narices! Estos silfidones, a lo mejor la pegan».
Ya no me arañas como antes. ¿A quién quieres más en la casa? ¿Di, rico? ¿Quién te ha dado una sardina ayer? ¿Quién te pone el platito con leche todos los días? Y si pudiese darte siempre pescado también te lo daría, porque sé que es lo que más te gusta, ¿verdad, rico mío? Pero no has de robar nada; ya sabes que te pegan. No orines más en la cama de Manín.
¡Oh, qué días más hermosos los vividos en el cuerpo de guardia; los naipes que ensucian los dedos y se pegan como pez, la sota de espadas horrible con adornos a pluma, el incompleto tomo de una vieja novela de Pigault-Lebrun arrojado encima de la cama de campaña!... ¡Rataplán! ¡Rataplán!...
¡Ah! exclamó comprendiendo lo que aquello significaba. Y si no los lleváis os pegan, ¿verdad? El chico bajó los ojos y la cabeza en señal afirmativa. ¿Tenéis padres? Madre. ¿Y es la que os manda a las calles a estas horas? Sí, señor. ¡Excelente persona! dijo por lo bajo; y sacando unas pesetas del bolsillo: Toma; marchaos ahora mismo a casa.
Palabra del Dia
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