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Actualizado: 30 de junio de 2025
Aquel bribón empedernido fue menos sensible a la propina de cincuenta francos que al placer de haber conducido a su cliente a la victoria. ¡En verdad que me agrada la manera que tenéis de arreglar a las personas! le dijo al bueno de Ayvaz. Bueno es saber cómo las gastáis. Si alguna vez os piso un pie, me apresuraré a pediros mil perdones en el acto.
Supuesto que esto es así, No es mucho que yo me atreva Á pediros en su nombre, Que por la gran reverencia Que se les debe á sus obras, Mientras se hacen sus comedias, Que las faltas perdonéis De los que las representan. Entre sus églogas, hay algunas en castellano de carácter muy dramático, quizás destinadas á la representación.
Cuando rechazasteis brutalmente al duque al pediros mi mano, yo me postré a los pies del emperador, rogándole que tuviese piedad de los infelices enamorados y que suavizase con su poder divino vuestra crueldad. EL CONDE. ¡Sí, con su poder divino! ¡Muy bien dicho! ELSA. Y entonces el emperador, tomándome bajo su protección, os dirigió una orden en la que me llamaba su hija.
Y el cocinero mayor apretó á correr tras él bufón, que apretaba tras la Dorotea y el sargento mayor. Asióse al fin á su brazo. ¿Qué me queréis? ¡por mi vida! exclamó el bufón sin cesar de correr. Pediros consejo. Dádmelo y lo agradeceré. Me están sucediendo cosas crueles. A mí me pasan cruelísimas. Nos aconsejaremos mutuamente. No necesito consejos. Yo sí, los vuestros.
Levantó otra vez los ojos del libro, y exclamó: ¡Por San Lorenzo! ¿no os dije que os fuérais? Ocurrióseme, señor, pediros que me perdonáseis por haber malgastado el precioso tiempo de vuestra majestad, y como vuestra majestad había vuelto á sus devociones...
Además, que si no hubiera sido por ti, se habría quedado cojo para toda la vida. En este momento entró el duque y, cortando el hilo a los desahogos de agradecimiento en que Stein se deshacía, le dijo a su mujer: Vengo a pediros un favor: ¿me lo negaréis, María? ¿Qué es lo que podremos negaros? se apresuró a contestar Stein.
A buscar vuestro aposento, cuando vos me encontrasteis en ese oscuro pasadizo iba, resuelto a pediros con todas las ansias de mi alma me perdonaseis la injuria, que, sin ser yo poderoso a evitarlo, en un momento de turbación y de ceguedad, arrastrado por no sé qué tentación invencible, sin que mi alma en ello tomase parte alguna, ni determinación mi voluntad, ni satisfacción mi deseo, os he hecho.
Esta mañana mi hijo Roberto vino a casa y nos declaró, a mi marido y a mí, que tenía la intención de pediros la mano de vuestra hija Marta; al mismo tiempo solicitaba nuestro consentimiento, del cual no podía abstenerse, como buen hijo y buen amo de casa, pues, ¡ay de mí! todavía necesitará más de una vez nuestra ayuda.
¡Abrid, hijos de Satanás! ¡Abrid estas puertas que cierra vuestra codicia! ¡Abridlas de par en par, como tenéis abiertas las del Infierno! ¡Abridlas para que entren los que nunca tuvieron casa! ¡Soy yo quien después de habéroslo dado todo, llego a pediros una limosna para ellos! ¡Soy yo, quien pobre y miserable, golpea esta puerta cerrada! ¡Hijos de Satanás, no hagáis que mi cólera la derribe y entre por ella, como quien es, Don Juan Manuel Montenegro! ¡Abrid, hijos de Satanás!
Pude revelároslo al despedirnos, pero como me dijisteis que era este el término de vuestro viaje, preferí callarme y daros una sorpresa, antes de que volváis á encerraros entre las cuatro paredes de vuestra celda. Pero ante todo, os he hecho llamar para haceros un encargo, mejor dicho, para pediros un servicio. ¿Qué deseáis? ¡Cuan poco galante sois! Pero en fin, no me extraña.
Palabra del Dia
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